lunes, enero 15

Escribir


  
          Hace tiempo que circula por Internet un vídeo, promovido por la editorial SM, donde aparezco yo dando diez consejos para jóvenes escritores. El primero es: “Pregúntate por qué quieres escribir”. Y es una buena pregunta, aunque tramposa, porque ni yo mismo soy capaz de responderla.

            ¿Escribo porque mi padre era escritor? ¿Porque toda la vida me ha gustado leer? ¿Porque de niño siempre andaba con la cabeza en las nubes? ¿Porque desde muy pequeño tengo facilidad para redactar? ¿Porque me gusta tanto que me cuenten historias, que me las cuento a mí mismo?... Supongo que un poco de todo, pero no me refiero a eso, sino a las razones más profundas y a las emociones implicadas.

            Supongo que en mi caso (y en el de la mayor parte de escritores) hay un punto de vanidad y otro tanto de exhibicionismo. Pero ¿qué más? Porque en la escritura intervienen otras emociones muy poquito simpáticas, como la inseguridad, la impotencia, la depresión, la insatisfacción y la eterna duda. ¿Vale la pena pasar por eso a cambio de lustrarte el ego? Aunque, claro, siempre puede ser que disfrutes escribiendo. Pero no es mi caso; para mí escribir no es surfear sobre las olas, sino correr una prueba de obstáculos.

            Por otro lado están las razones retóricas, tipo “Escribo porque lo necesito como el aire para respirar”, y cosas así. Pero ni me lo creo ni me interesa; siempre me ha aburrido hacer literatura con la literatura.

            Otro posible motivo para escribir sería el prestigio social. Eso está muy relacionado con la vanidad, pero de una forma sutilmente diferente. No es tanto enorgullecerte de lo que haces (tus escritos), como de lo que eres (escritor). En nuestra sociedad, la figura del escritor –del artista en realidad- goza de un prestigio casi místico. Yo mismo lo he comprobado; muchas veces, al encontrarme con mis lectores, estos me contemplan como si estuvieran asistiendo a una aparición mariana. ¿Me gusta eso? Pues no lo sé; por un lado es agradable que te traten con amabilidad y cierta deferencia, pero por otro siento que me aleja de las personas, así que procuro dejar claro que lo que yo hago no es magia, sino un trabajo como otro cualquiera. No obstante, veo que algunos de mis colegas (pocos, afortunadamente) parecen disfrutar con ello y andan todo el día encaramados a un pedestal. Curiosamente, detecto con más frecuencia esa actitud en algunos aspirantes a escritor que, a lo sumo, se han auto-publicado un libro que no ha leído ni dios. Y es que se le llena a uno la boca al decir “Soy eeeessssccccrrrriiiittttoooorrrr”. Supongo a algunos les da gustirrinin decirlo; aunque a mí lo que me provoca es cierto pudor.

            Hay una circunstancia en mi caso que lo cambia un poco todo: soy escritor profesional, vivo de la literatura. Y ahí tenemos una buena y nítida razón para escribir: el dinero. Algunos la considerarán espuria, incluso denigrante, pero a mí me parece un poderoso y honesto motivo para escribir. Si vendes algo, tienes la obligación ética de ofrecer un buen producto.

            Ahora bien, ¿cuándo se puede decir que alguien es escritor profesional? Evidentemente, cuando vive de lo que escribe. Pero, ¿sólo eso? ¿Y qué pasa con quien tiene otra profesión y complementa su sueldo con lo que obtiene con la escritura? ¿Y con los escritores minoritarios que publican habitualmente pero apenas venden? Está claro que todos ellos son escritores profesionales. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre un escritor profesional y otro aficionado?

            Pues, en principio, no tendría por qué haber ninguna. Un escritor aficionado puede tener tanta calidad o más que uno profesional, y ahí tenemos el caso de Kafka para demostrarlo. Sin embargo, en términos generales sí que hay algunas diferencias.

            En primer lugar, un escritor profesional es aquel que escribe aunque no le apetezca hacerlo. Si disfruta o no escribiendo, es irrelevante; se trata de un trabajo y lo cumple lo mejor que puede.

            En segundo lugar, un escritor profesional no depende para escribir ni de las ganas ni de la inspiración; posee recursos suficientes para avanzar con el texto sin necesidad de que las musas le susurren al oído. Un escritor profesional debe dominar las herramientas del oficio.

            En tercer lugar, un escritor profesional es consciente de que compite contra otros escritores. Competición sana y amistosa, pero competición al fin y al cabo. Se editan miles de libros al año, ¿por qué van a comprar los míos? Esa competencia hace que el escritor profesional se esfuerce más, que sea más autoexigente y autocrítico.

            Por último, un escritor profesional es aquel que ha pasado por todos los filtros. Partiendo de cero, se ha sometido al juicio de las editoriales, a los jurados de los premios, a la crítica y, lo más importante, al dictamen de los lectores.

            Seguro que podéis encontrar un montón de excepciones a lo que acabo de decir, pero estoy hablando en general. Y, como señalaba antes, la calidad de la obra de un aficionado puede ser similar o superior a la de un profesional. Pero hay que demostrarlo.

            El proceso para escribir razonablemente bien es largo y complejo; requiere mucha lectura, mucha práctica y mucha reflexión, todo lo cual lleva tiempo. El camino para ser un profesional de la escritura exige todo eso, y además mucho tesón, mucha autoexigencia, muchas tragaderas (hay que tragarse más de un sapo), mucha entereza (hagas lo que hagas, alguien te pondrá a parir) y mucha suerte, porque la suerte es necesaria para cualquier actividad que quieras emprender. Y a todo eso hay que añadirle generosas dosis de inseguridad. Como dijo alguien, convertirse en escritor no es un sprint, sino una carrera de fondo. Y de obstáculos, añado.

            Últimamente, veo a muchos jóvenes aspirantes a escritor que buscan atajos para recorrer ese camino. Van y lo primero que escriben quieren verlo publicado ya. Cuando intentan el camino tradicional y no pasan los filtros, la culpa es de los editores, que no saben reconocer su talento, o de los autores “consagrados”, que forman una mafia. Pero hay otras vías, ¿verdad? De la co-edición ni hablo, porque es un timo. Pero la tecnología ha puesto a nuestro alcance el milagro de la auto-publicación. Sin haber demostrado ningún talento, sin que nadie, salvo familiares y amigos, haya juzgado tu novela, sin haber pasado ningún filtro, sin tan siquiera una somera corrección, puedes colgar tu novela en Internet y exclamar satisfecho: ¡Soy escritor!

            El único problema es que eso no vale para nada. ¿Os imagináis cuántas novelas auto-publicadas hay en la Red? Vale, puede que algunas sean excelentes, pero ¿cómo encontrarlas en medio de miles de bodrios? ¿Qué garantías ofrecen, para que les prestemos atención, unos textos que no están avalados por nada ni por nadie?

            Hace tiempo, una joven pedía en FB consejos para desarrollar una carrera como escritora. Yo (y algunos más) escribí: “Paciencia”. Al poco, otro joven aspirante me corrigió: “Qué coño paciencia. Hay que escribir y escribir y dejarse la piel escribiendo”. Más o menos. Bien, pues sí, claro, hay que escribir mucho. Pero también, sobre todo al principio, hay que aprender a tirar a la basura gran parte de lo que escribas. Además, hay que tener paciencia para aprender de tus errores; paciencia para intentar publicar sólo cuando estés preparado; paciencia para esperar los frutos de tu trabajo (que igual no llegan nunca); paciencia para exigirte a ti mismo más de lo que puedes dar; paciencia para empezar desde abajo; paciencia para no intentar correr antes de saber andar…

            Paciencia. Y tampoco viene mal cruzar los dedos.