lunes, abril 10

Publicar



Aún recuerdo la primera vez que publiqué algo; yo tenía quince años y gané un concurso de relatos de cf promovido por una revista de divulgación científica. Fui al quiosco, vi mi cuento impreso y regresé a casa dando, literalmente, saltos de alegría. Pocas cosas en la vida me han hecho tanta ilusión. Más adelante, cuando con diecisiete años empecé a colaborar con La Codorniz, me quedaba mirando con orgullo mis artículos impresos, satisfecho de mí mismo.

Esa es la gran ambición de todo aspirante a escritor: publicar, publicar algo, lo que sea, un folleto, un artículo, un cuento o, como máxima expresión de la gloria, un libro. Es lógico. No solo se trata de poder presumir ante los demás en plan, mira qué libro tan bonito, acarícialo, huélelo, dale un lametazo. ¿A que es una maravilla? Pues lo he hecho yo solito. Tampoco es únicamente el justo deseo, que todo creador alberga, de que su obra esté al alcance de cuantos más mejor. En realidad se trata de algo más importante: publicar tu primer libro es como cruzar un portal que te traslada a otra dimensión. Porque, vamos a ver, ¿cuándo puede alguien afirmar, sin ruborizarse, que es escritor? Pues cuando publica su primer libro. Ese es el rito de tránsito que te convierte en algo distinto (y mejor) de lo que eras. Es como el enclenque Billy Watson diciendo ¡Shazam! y transformándose en el superpoderoso Capitán Marvel.

Vale, es psicológicamente comprensible. Lo que los aspirantes a autor suelen ignorar es que eso, publicar un libro, no es más que la primera valla que un escritor debe sortear en lo que sólo puede describirse como una larga carrera de obstáculos. De hecho, publicar un libro puede –y suele- no significar absolutamente nada.

En fin, estoy hablando del proceso normal de edición. Mandas tu manuscrito a una editorial, te lo aceptan (o no), firmas un contrato, trabajas el texto con un editor y finalmente se publica en rutilante papel. Pero hay otras formas de edición. Por ejemplo la coedición. Es decir, vas a una editorial con tu novela y la editorial se compromete a publicarla. Pero tú pagarás la mitad de los costes de edición. A cambio, la editorial se compromete a corregirla, imprimirla, distribuirla y promocionarla.

Qué bonito, ¿verdad? No te van a decir que no; publicarán cualquier cosa que hayas escrito. El único problema es que la mayoría de las editoriales de coedición son un timo (y no digo la totalidad por respeto a la duda filosófica). Porque, veréis, lo más probable es que la editorial coeditora edite tu libro (si es que lo edita) gastando sólo una parte de la mitad que has pagado. O sea, que no arriesgará ni un céntimo. Por supuesto, no habrá prácticamente ninguna corrección del texto. La distribución (si es que la hay) será en dos o tres librerías de barrio. En cuanto a la promoción, habrá un par de presentaciones de la novela, en la que se venderán (a tus familiares y amigos) los únicos ejemplares que vas a vender de esa edición (cuyo importe se quedará la editorial, claro). Por supuesto, despídete de recibir derechos de autor.

          Otra variante es la autoedición. Es decir, publicas tú mismo tu novela. En Internet, que sale gratis. Vale, suena muy bien, pero tiene un problema: ¿Os hacéis una idea de cuántas novelas autoeditadas hay en la Red? No tengo ni idea, pero deben de ser cientos de miles. ¿Y cuántos saben algo de ellas, aparte de sus autores?

          Hace poco asistí a una charla sobre esto en feisbuc. La conclusión a la que se llegó es que es muy distinta la autoedición de un autor  ya conocido en el circuito mainstream, por decirlo así, que el caso de un desconocido que se edita a sí mismo porque nadie más quiere hacerlo. El primer autor ofrece ciertas garantías; sabes lo que ha escrito, has leído entrevistas y críticas, conoces su trayectoria... Mientras que del segundo autor lo único que sabes es que está desesperado por publicar.

          Esa es la cuestión: ciertas garantías. El año pasado se publicaron en España más de ochenta mil títulos. ¿Cómo puedes orientarte ante esa desmesurada oferta? ¿Cómo sabes cuáles son adecuados para ti y cuáles no? Hay diversos medios, claro. Uno de ellos es las garantías que te ofrezca la editorial. Por ejemplo, no me fio ni un pelo de los libros que edita Planeta, pero sí de los que edita Anagrama (o editaba la Minotauro de Porrúa). Eso no significa que me vayan a gustar todos los libros de Anagrama, pero sí que esos libros tendrán cierta sintonía con mi sensibilidad y, por supuesto, calidad.

          Esa precisamente es una de las funciones de las editoriales: filtrar los textos, eliminar los infumables y publicar sólo los que consideren adecuados. Pero, un momento, ¿qué es eso?... Ah, ya suenan airadas voces clamando: “¡Qué filtros ni qué hostias, con la cantidad de mierdas que se publican!”. Responderé por partes: 1 Evidentemente, hay malos editores, igual que hay malos escritores o malos lectores. 2 Incluso los mejores editores pueden meter la pata. 3 Aunque te sorprenda, “No me gusta” no es sinónimo de “Es malo”. 4 Las editoriales son empresas cuyo fin último es -¡oh cielos, qué terrible revelación!- ganar pasta. Si la gente compra El Código Da Vinci, se jartarán de publicar códigos da vincis, y si lo que se consume  son las Sombras de Grey, se pondrán ciegos de sombras (qué bonita imagen, ¿verdad?). 5 Hay gente para todo. Algunos son lectores exquisitos, como tú, mientras que otros preferirían una exploración anal antes que leer alta literatura. Por eso hay tantas clases de libros. ¿Cómo, que abundan los malos? Claro, pero recuerda la Ley de Sturgeon. 6 Por último, cuando digo que las editoriales –los editores- filtran la mierda, no sabéis hasta qué punto soy literal.

          A las editoriales llegan toneladas de manuscritos enviados por autores nóveles ávidos de publicar su primera novela. Ahora bien, si han mandado su original se supone que lo consideran bueno, un texto digno de competir con el catálogo de cualquier editorial. Pues, en fin, no os podéis ni imaginar los textos que envía la gente, ni haceros una idea de hasta qué punto la autocrítica es una virtud escasa. No estoy hablando sólo de historias adocenadas, con personajes de cartón piedra, diálogos encorsetados y descripciones toscas. No, qué va, es mucho peor.

          Hace años, estuve en una editorial que acababa de fallar un premio literario, así que había decenas de manuscritos amontonados. Comenté la abrumadora cantidad de originales que habían llegado y el gran trabajo que suponía leerlos todos. Entonces, mi amigo editor (o editora) me dijo que, en ocasiones, bastaba con leer un par de páginas para hacerte a una idea de cómo era el texto. Y, como ejemplo, me trajo uno de los originales y me invitó a echarle una ojeada (estaba firmado con pseudónimo, así que ignoro quién era el autor).

          Sólo leí un par de páginas, pero aquello era indescriptible. El texto carecía de la menor noción de sintaxis, y la puntuación se distribuía al azar. Las descripciones no es que fuesen mala, es que no se entendían. Los personajes hablaban como si fueran robots.

          Evidentemente, esa novela (?) no ganó el premio, y ningún editor en su sano juicio la publicará jamás. Sin embargo, su autor, convencido de que hay una confabulación mundial de editores en su contra, bien puede haberla autoeditado , y a lo mejor ese engendro está ahí, agazapado en Internet, a la espera de que algún insensato lo adquiera. Eso es lo que sucede cuando no hay filtros.

          Así pues, si alguna moraleja ha de tener este comentario, sería la siguiente: Con frecuencia es peor publicar antes de tiempo, que no publicar. Amigo escritor novel: como dije hace mucho, no intentes correr antes de saber andar, ni volar antes de dominar la carrera. No te desesperes por publicar, porque eso, en realidad, no es nada. Antes, preocúpate por aprender las técnicas y trucos del oficio de escritor. Y sólo entonces, cuando estés preparado, publicarás. ¿Y cómo sabrás que estás preparado? Pues cuando un lector experto (un editor, por ejemplo) te lo diga. Así de sencillo.