lunes, septiembre 28

Otra entrevista




Acaba de aparecer la primera parte de una entrevista que me hicieron para la excelente revista electrónica Fabulantes. Si queréis echarle un vistazo, pinchad AQUÍ.

jueves, septiembre 10

Trece monos


 
 
            Hoy ha salido a la venta mi último libro, la antología de relatos Trece monos, publicada en la colección Fantascy de la editorial Penguin Random House. Se trata de trece historias (doce cuentos y una novela corta) de fantasía y ciencia ficción. En concreto, ocho pertenecientes al género fantástico y cinco a la cf. El libro también incluye un excelente y apabullantemente documentado prólogo de Juanma Santiago y una introducción mía. Además, los relatos van precedidos por breves notas donde explico el origen y las circunstancias de cada cuento.

            Sólo una de las historias que componen la antología, El decimoquinto movimiento, es muy conocida. Se trata del texto más antiguo de todos y ha sido reeditado varias veces; la última en el libro Los premios Ignotus 1991-2000 que editó Sportula el año pasado. Cuatro de los cuentos formaron parte de la tradición de historias navideñas de Babel. Otros seis relatos aparecieron en publicaciones muy alejadas del mundo del fantástico hispano, así que son prácticamente desconocidos. Y, finalmente, hay un cuento, Fiat tenebrae, y una novela corta, Naturaleza humana, que son absolutamente inéditos.

            Supongo que la cuestión es: ¿por qué ahora esta antología, después de veinte años de la anterior, El círculo de Jericó? Buena pregunta.

            Hace unas semanas, hablando precisamente de Trece monos, mi gran amigo, y excelente escritor, Samael me formuló otra pregunta: “¿No has renunciado a algo por dedicarte a la literatura juvenil?”. Se refería a un par de cosas: si he renunciado a la literatura para adultos y si he renunciado al fantástico. Respecto a lo primero, siempre he dicho (aunque casi nadie me cree) que no hago diferencias entre escribir para jóvenes o para adultos. En cuanto a lo segundo, más o menos la mitad de mis novelas juveniles pertenecen o tienen componentes de fantasía y cf. Por otro lado, si pudiese seguir siendo escritor profesional dedicándome en exclusiva al fantástico, ¿aceptaría? La respuesta es: no, ni de coña. Lo que más me gusta de la literatura, de escribirla, es su inmensa libertad. Y ceñirte a un género es perder parte de esa libertad.

            No obstante, le contesté otra cosa: Sí, sí que (casi) he renunciado a algo: a los relatos cortos, a los cuentos. Pero no por dedicarme al género juvenil, sino por ser escritor profesional. Porque, amigos míos, en España no hay mercado para los cuentos, ni publicaciones donde publicarlos. Fijaos: después de 25 años dedicándome a la literatura, sólo en siete ocasiones me han pedido un cuento remunerándolo (eso sí, gratis un montón de veces).

            Lo malo es que me encantan los cuentos, disfruto escribiéndolos; del mismo modo que no disfruto escribiendo novelas (aunque sí habiéndolas escrito). Por desgracia, las novelas, que son lo que me permite dedicarme profesionalmente a la literatura, me roban mucho tiempo para escribir relatos. Aun así, no he renunciado del todo a ellos y, en cuanto tengo la más mínima oportunidad, escribo alguno. Por eso la tradición de los cuentos navideños en Babel. Además, casi todos mis relatos son de fantasía o cf, porque amo el fantástico con todo mi corazón. Y porque siempre he pensado que esos géneros donde más brillan es en los cuentos.

            Los trece relatos que componen Trece monos apenas me han proporcionado dinero (poco más de cuatro mil euros en conjunto), pero sí un montón de buenos ratos y satisfacciones. Todos los he escrito por amor a un género que me ha acompañado, y maravillado, a lo largo de mi vida. Cuando escribo relatos de fantasía y cf me siento parte de una gran familia de soñadores formada por todos los escritores que me han asombrado desde la adolescencia. En cierto modo, escribir esos relatos ha sido como regresar a la infancia, como volver al hogar. Me veo a mí mismo cuando tenía catorce o quince años, leyendo asombrado relatos de Brown, de Kuttner, de Bester o de Sheckley, y me digo: ahora no eres el que lee; ahora eres el libro. Y me siento de puta madre, qué queréis que os diga. En ese inmenso mosaico de sueños que es la f & cf, algunas teselas las he puesto yo.

            Ya, ya, muy poético; pero ¿por qué ahora esta antología?

            Tras publicar El círculo de Jericó, donde aparecían la mayor parte de mis relatos escritos antes de 1995, comencé a dedicarme a la literatura juvenil; es decir, a escribir puñeteras novelas. No obstante, seguí escribiendo cuentos, pero a un ritmo mucho menor. Y siempre tuve claro que, cuando reuniese los suficientes buenos cuentos, publicaría una nueva antología. Más o menos hacia 2010 consideré que ya tenía material suficiente, pero aún faltaba algo: una novela corta. Había una en El círculo de Jericó (La casa del doctor Pétalo) y quería que hubiese otra en la nueva recopilación. Así que retomé una vieja idea que tenía empezada, Naturaleza humana, y la concluí en 2011.

            En Trece monos no están todos los relatos que he escrito desde 1995, sino menos de la mitad. Hice una selección y escogí los que me parecían mejores. Aunque debo reconocer que se me escapó un: Más allá, un cuento breve que publiqué aquí, en Babel, en octubre de 2010. No es una obra maestra, pero parte de una idea que me parece muy divertida. Por desgracia, me olvidé por completo de él; en caso contrario, lo habría incluido.

            No me gusta que  las antologías presenten los relatos uno tras otro, a palo seco, como si fuera una ristra de chorizos. Por eso en El círculo... hice un fix up. Pero no quería repetir esa técnica en la nueva antología, así que lo que he hecho es presentar cada relato con una breve introducción. De ese modo el texto queda más próximo y personal, ¿no?

            Pues bien, ya está. Moví el original y Random House se interesó por él, aunque luego su publicación se ha retrasado bastante. Pero ahí lo tenemos ya, en las librerías.

            Supongo que ahora se planteará la cuestión de cuál es mejor antología, El círculo de Jericó o Trece monos. Sinceramente, no lo sé. En la primera había tres historias muy potentes: El rebaño, mi relato más conocido, celebrado y reeditado; La pared de hielo, de cuya estructura me siento muy satisfecho (aunque no tanto del resto); y La casa del doctor Pétalo, quizá mi texto más inspirado (aunque no necesariamente el mejor). Esas tres narraciones, lo quiera o no, forman parte de la historia de la cf española, y es muy difícil luchar contra los mitos, por minúsculos que sean.

            Por otro lado, ahora... en fin, no sé si soy mejor escritor que entonces, pero estoy seguro de que domino más la técnica. Creo que en 1995 no habría sabido escribir un relato como, por ejemplo, Cuento de verano. Todo lo que puedo decir es que estoy satisfecho con cada uno de los cuentos que aparecen en Trece monos. En ellos está lo mejor de mí mismo, aunque no sé si eso es mucho o poco.

            Pero claro, un escritor es el peor juez de su propio trabajo. Así que ni lo intento. De lo que sí me he dado cuenta es de que he cambiado. Me he vuelto más escéptico y más pesimista. Lo cual no quiere decir que esta nueva antología sea lóbrega y oscura, ni mucho menos. Al contrario, en ella hay mucho humor, más que en El círculo de Jericó, y algunos relatos, como Cuento de verano o Ensayo general, son abiertamente humorísticos. Pero es un humor descreído, ácido, el humor de alguien que prefiere la risa a la esperanza. Como señala Juanma Santiago en su introducción, la novela corta Naturaleza humana contiene, de lejos, mi visión más negativa sobre la humanidad.

            Y para finalizar, dos cuestiones. En primer lugar: ¿por qué la antología se llama así? Pues veréis, tenía yo totalmente lista la antología, pero no se me ocurría ningún título. Afortunadamente, mi buen amigo Ricard Ruiz Garzón sugirió uno que nos convenció a todos: Trece monos. En fin, “trece” porque el libro contiene trece historias. Pero, ¿por qué “monos”? La respuesta, que no tiene nada que ver con el film de Terry Gillian, la encontraréis en el libro. Pero os adelanto que uno de los relatos se llama Cien monos.

            En segundo lugar, la portada. ¿Os gusta? A mí me encanta. Cuando el departamento de arte de Random House nos la presentó, todos, editores, asesores y el autor, nos entusiasmamos. Hace poco, en un blog literario, la consideraban una de las mejores portadas del año. Estoy de acuerdo. Esta mañana he visto el libro en la mesa de novedades de una librería y destacaba claramente sobre el resto de los títulos. Es  una portada estupenda.

            Y ya está. Pero hay algo que no me explico: ¿qué coño hacéis ahí leyendo en vez de correr a la librería más cercana para comprar el libro? Jesús del Gran Poder, cuánta desidia...

miércoles, septiembre 2

Innisfree




            Tenía miedo de ir a Irlanda, porque ese país era (es) un lugar mítico para mí. Temía ir allí y descubrir que lo que iba buscando ya no existía; o aún peor: que nunca había existido. ¿Y qué deseaba encontrar? La Irlanda de los mitos celtas, la de Cuchulainn y el gigante Finn MacCool, la de los leprechaun y San Patricio, la de las baladas y las gigas, la Irlanda que describió Yeats en su antología de relatos El crepúsculo celta. Y, sobre todo, la Irlanda que filmó John Ford; especialmente en esa obra maestra que es El hombre tranquilo. Una Irlanda rural, legendaria y literaria. ¿Cómo iba a existir en la realidad algo así?

            Este año, Pepa y yo decidimos dedicar nuestras vacaciones a merodear por Irlanda. Diseñamos un tour de veinte días: Primero hemos ido a Dublín, al este de la isla (donde recogimos un coche de alquiler); después a Sligo, en la coste noroeste; a continuación Galway, al oeste; después Killarney, al sudoeste; y finalmente Cork, al sur. Estuvimos cuatro días en cada uno de esos sitios y desde ellos hacíamos excursiones.

            ¿He encontrado lo que buscaba? Pues, por sorprendente que parezca, sí. La Irlanda literaria, la de los mitos antiguos y modernos, existe. No al cien por cien, evidentemente, pero con frecuencia mucho más de lo que esperaba. Tranquilos, no os voy a aburrir contándoos nuestro viaje. Pero permitidme unas cuantas impresiones personales.

            1. Irlanda es muy verde, la “isla esmeralda”. Cierto, es verde hasta la extenuación. Aunque en realidad no es “verde”, sino “verdes”, porque allí ese color se declina en todos los matices posibles.

            2. En Irlanda llueve mucho. Cierto. Evidentemente, esto es la causa de lo anterior.

            3. Los irlandeses son, más o menos, como los ingleses. Rotundamente falso, no se parecen en nada. Vale, hablan inglés y conservan algunas costumbres de sus antiguos invasores, como inflarse de té o carecer de la menor noción sobre lo que significa la palabra “gastronomía”. Podría decirse que un irlandés es un inglés al que le han quitado el palo de escoba que los ingleses suelen llevar insertado en el recto, pero ni siquiera eso sería verdad. Los irlandeses son un pueblo alegre, cordial y abierto, gente relajada dotada de un peculiar sentido del humor. Además, los irlandeses detestan a los ingleses. Y tienen muchos motivos para hacerlo.

            4. Los irlandeses son un pueblo muy musical. Cierto. En Irlanda todo el mundo canta, aunque sea mal, y muchos tocan algún instrumento desde niños. Se oye música irlandesa en vivo en casi todas las tabernas, y también en la calle. La mayoría de los nacionalismos –los irlandeses son la leche de nacionalistas- giran en torno a un idioma, una cultura o una religión. En Irlanda también, por supuesto. El idioma oficial de la república es el gaélico, pero, aunque todos lo estudian en el colegio, muy pocos lo hablan fluidamente (al parecer es tela de difícil). El idioma que se emplea es el inglés, y sólo en algunas remotas zonas del oeste hay poblaciones bilingües. En cuanto a la religión, está clara la influencia del catolicismo en el nacionalismo irlandés.

            La cultura, en Irlanda, tiene dos vertientes principales: la literaria y la musical. Los irlandeses veneran a sus escritores, aunque no los hayan leído. No en vano Irlanda, un país que no llega a los cinco millones de habitantes, cuenta con cuatro premios Nobel de literatura. Pero yo diría que el eje del nacionalismo irlandés es la música. Allí se siguen cantando en los pubs baladas que tienen más de cien años; canciones que con frecuencia hablan de las luchas contra los ingleses (y sobre sus héroes/mártires) y de la emigración, la terrible hemorragia del país.

            5. Los irlandeses beben mucha cerveza; especialmente Guinnes. Cierto, trasiegan cerveza como cosacos (cosacos que hayan cambiado el vodka por la cerveza, claro). Pero, sorprendentemente, no vi borrachos metepatas. Allí la gente, incluso los dipsómanos, es muy tranquila.

            6. Los irlandeses tienen muchos hijos. Cierto; procrean como conejos (es el país con la mayor tasa de natalidad de Europa). Casi todas las familias que vimos estaban compuestas por progenitores jóvenes con al menos tres hijos casi consecutivos. Y, por cierto, al parecer en Irlanda los niños pequeños pueden hacer lo que les salga de los cataplines sin que sus padres tomen la menor medida al respecto.

            7. Irlanda es un país pobre. Cierto; su tejido industrial es aún muy precario. Hubo un boom económico a causa de la burbuja, pero huelga decir que eso ya es historia. Lo que se ve mientras se recorre Irlanda es un país dedicado a la agricultura, la ganadería, la pesca , los textiles y poco más. No sólo es pobre, sino que da la impresión de que siempre lo ha sido.

            Y la culpa de esto la tiene, sin lugar a dudas, Inglaterra. La historia de Irlanda es la historia del despojo inglés, de las persecuciones, de la brutalidad, de la injusticia de unos invasores que oprimieron a los invadidos hasta despojarles de lo básico para vivir. La gran hambruna que, en el siglo XIX, mató a más de dos millones de irlandeses, no se debió sólo a la peste de la patata, sino sobre todo a que el control de los alimentos estaba en manos de los ingleses, quienes siguieron exportando productos irlandeses mientras los habitantes de la isla se morían de hambre.

            Después de mi visita al elitista colegio de Eton, y ahora, tras viajar por Irlanda y conocer mejor su historia, mis sentimientos hacia los ingleses están sufriendo un serio revulsivo.

            8. Los irlandeses son un pueblo alegre. Cierto, lo son. Y, teniendo en cuenta su pésimo clima, su trágica historia y su precario presente (el país está intervenido), no me lo explico. Quizá, como dijo mi buen amigo Sergi, las únicas alternativas que les quedaban eran tomárselo a risa o suicidarse en masa.

            Como decía al principio, no voy a contaros el viaje. Pero sí una pequeña parte de él. Uno de los lugares que visitamos Pepa y yo fue la península de Connemara, al oeste del país. Connemara es exactamente la imagen preconcebida que todos tenemos sobre Irlanda: prados delimitados por muros de piedra, ovejas, lagos, verdes montañas, una costa abrupta con acantilados... Es un lugar muy bello, pero también es algo más: el lugar donde en 1952 John Ford rodó los exteriores de El hombre tranquilo.

            Pepa me acusa de ser un mitómano, y no se equivoca: tengo un montón de mitos literarios y cinematográficos. Y entre esos mitos refulge con luz propia El hombre tranquilo, un film que yo incluiré sin dudarlo en cualquier lista de las diez mejores películas de la historia. ¿La habéis visto? Si no es así, hacedlo, porque todo es maravilloso en esa cinta. No solo contiene el que quizá sea el mejor beso jamás rodado (el que le da John Wayne a la bellísima Maureen O’Hara, de noche, durante una tormenta) y una de las mejores peleas de la historia del cine; es que cada secuencia, cada plano, es pura poesía, una poesía llena de humor y de ironía. Siempre que veo El hombre tranquilo, y la he visto muchas veces, se me queda en la cara una sonrisa tonta, y un profundo amor a la vida en el corazón. Además, es una película que no podría rodarse hoy en día por su maravillosa incorrección política.

            Su argumento cuenta la historia de un boxeador norteamericano, Sean Thornton, que regresa a su Irlanda natal para iniciar una nueva vida. Allí, en un pequeño pueblo de Connemara, conoce a Mary Kate Danaher, una hermosa lugareña cuyo hermano, Willy Danaher, es una especie de orangután bravucón. Sean y Mary Kate se enamoran, se casan... y justo después de la boda estalla un conflicto por el pago de la dote, que el tacaño hermano de ella no quiere abonar. A Sean la dote le importa un bledo, pero para Mary Kate es fundamental, y el conflicto crece hasta desembocar en una espectacular pelea entre Thornton y Danaher.

Pues bien, el pueblo donde sucede la película, Innisfree, no existe en realidad. Pero sí existe el pueblo que sirvió de escenario para el film; se llama Cong y está en Connemara. Y allí fuimos Pepa (que aunque no lo confiese también es mitómana) y yo.

            Cuando llegamos, descubrimos que todo en ese pequeño pueblo está dedicado al film. No solo hay un museo de El hombre tranquilo, sino también una estatua de bronce de John Wayne y Maureen O’Hara que reproduce el cartel de la película. Cong ha embellecido su apariencia, pero conserva la misma estructura que en 1952. Aún quedan en pie muchos edificios que aparecen en la película. Huelga decir que el pequeño mitómano que mora en mi interior se retorcía de placer orgásmico.

            Siguiendo la N59, a veintitantos kilómetros de Cong, en mitad del campo, hay un puente de piedra sobre el río Owenriff. En la película, Wayne lo cruza con aire triste. A la derecha de la carretera una señal marca el desvío con un rótulo: The Quiet Man Bridge. No sé cómo se llamaba antes ese puente, pero estoy seguro de que ya es para siempre El puente del hombre tranquilo. Estando allí pensé que dentro de unos cuantos siglos la gente dirá que el viejo puente tiene un nombre muy poético, pero pocos sabrán qué significa y de dónde proviene.

            En días sucesivos también visitamos la playa de Inch, en el condado de Kerry, donde se rodaron secuencias de La hija de Ryan, de David Lean, y el puerto de Youghal, que John Huston eligió como escenario para Moby Dick. Pero nada de eso se puede comparar al mítico Innisfree.

            En fin, amigos, nos lo hemos pasado muy bien en Irlanda. Es un país muy hermoso lleno de gente amable y divertida. No se come bien (salvo su deliciosa Seafood Chowder), pero si os gusta la cerveza ése será vuestro paraíso. Si decidís visitarlo, os daré un consejo. En el sudoeste de la isla hay dos penínsulas, una encima de la otra. La de arriba, la más pequeña, se llama Dingle, y la de abajo Iveragh. En ésa última, en Iveragh, hay un circuito turístico llamado The Ring of Kerry, una excursión que os recomendarán encarecidamente todas las guías de viaje. Y con razón, porque el Anillo de Kerry es muy bonito, sobre todo el tramo del Parque Nacional de Killarney. Sin embargo, la vecina península de Dingle es igual de bonita y mucho más impresionante y salvaje. Además, como es menos conocida, hay pocos turistas. Si vais allí y tenéis que elegir entre visitar una de las dos penínsulas, os recomiendo Dingle.

            Y con este desinteresado acto de servicio público, doy por finalizada la maldita rentrée. Besos, abrazos y slan leat.

            NOTA: Si queréis ver el extraordinario beso de El hombre tranquilo pinchad AQUÍ. Y si queréis ver la no menos extraordinaria pelea final pinchad AQUÍ. No obstante, os aconsejo que, si no lo habéis hecho aún, veáis entera la película. Es una obra maestra.

            Breve galería fotográfica:
 
             La foto que preside el post muestra las aguas del lago Gill, en el condado de Sligo. En ese lago se encuentra Innisfree, la isla que inventó W. B. Yeats.
 
 
 
 
 
 
               La primera foto muestra la estatua dedicada a The Quiet Man que hay en el centro de Cong. Y debajo el póster de la película. En las otras dos fotos aparece Pepa demostrando que todo en Cong está dedicado a la película de Ford.
 
 
 
                   En la foto superior: El famoso The Quiet Man Bridge con un moderno y gallardo Sean Thornton encima. Y en la de abajo, la foto de John Wayne que hay junto al puente.
 
 
                  Aquí vemos la isla de Innisfree, en el lago Gill. En realidad, es un pequeño islote deshabitado que jamás se llamó así. Innisfree puede provenir del gaélico Inis fraoigh (Isla del Brezo) o, mezclando gaélico e inglés, significar Isla Libre. El nombre lo inventó Yeats al escribir un poema, La isla del lago de Innisfree, de carácter patriótico (Innisfree vendría a ser Irlanda sin ingleses tocando las pelotas).
 


                  En 1954, huyendo del macartismo John Huston decidió filmar parte de Moby Dick en el pueblo irlandés de Youghal (el resto se filmó en Gran Canaria), y fijó su cuartel general en un pub situado frente al muelle. La taberna se llamaba  Paddy Linehan's Pub, pero a raíz del rodaje cambió su nombre por Moby Dick's Pub. Ahí me veis a mí (aunque la foto de abajo está oscura), como un nuevo capitán Ahab.


                   Por último, este vuestro seguro servidor apoyado en la Piedra de Pie situada en la cima de la Colina de Tara, el mítico lugar donde se coronaban los reyes de Irlanda. Aunque me puse muy pesado al respecto, no me coronaron rey.