jueves, diciembre 24

El horrible y entrañable cuento de Navidad: "Una muñeca para Sofía"


 
            Feliz solsticio de invierno, amigos míos. Fue hace dos días, pero tradicionalmente las celebraciones del solsticio se prolongaban tres, así que estamos en tiempo. Además hoy es Nochebuena, precisamente durante el próximo amanecer será cuando el Sol renazca y todas esas zarandajas del Sol Invictus. Ah, claro, también se celebra el nacimiento de Josué, o Jeshua, o Jesús, ya sabéis, ese judío que predicaba todo aquello que sus seguidores jamás cumplen. Pero es que Jesús no pudo nacer ahora. Leed la Biblia; en ningún lugar se dice cuándo nació Jesús. Pero algo es seguro: nació en cualquier momento menos en Invierno (los pastores, según los Testamentos, dormían al raso, y eso jamás lo hacían en invierno). Si se eligió la fecha del 25 de diciembre fue, precisamente, para superponerla a las celebraciones paganas del solsticio.

            Bueno, ya sabéis de qué va esta entrada: del tradicional cuento de Navidad de Babel. Pero ignoráis una cosa: este año ha estado a punto de romperse la tradición. Veréis, últimamente he andado muy liado con cierto asunto. En marzo del año que viene se inaugurará en el Matadero una exposición sobre mi padre, y por ese motivo se editará un libro centrado en su figura. Y yo me comprometí a colaborar con un artículo.

            El artículo, llamado Cartas desde el pasado, va sobre las ideas que mi padre vertía en su correspondencia. Para escribirlo he tenido que leerme sus cartas (y hay cientos), seleccionar los párrafos adecuados, copiarlos y, finalmente, armarlo todo como si fuera un puzzle, que es lo que estoy acabando de hacer ahora. La putada es que la fecha límite de entrega es a finales de este mes.

            El caso es que me ha dado y me está dando un montón de trabajo y me ha robado mucho tiempo. Y hace unas semanas fui consciente de dos cosas: 1. No tenía ninguna idea prevista para el cuento de Navidad. 2. No iba a tener tiempo de escribirlo. Por lo general los cuentos que escribo para esta ocasión suelen ser bastante larguitos. Por ejemplo, el del año pasado tenía más de seis mil palabras. No podía escribir nada tan largo, sobre todo no teniendo en mente ninguna idea prevista. Así que a punto estuve de tirar la toalla.

            Pero, qué demonios, ¿iba a mandar a la mierda la única tradición de Babel y justo, además, en su décimo aniversario? No podía permitirlo; no, al menos, sin luchar. De acuerdo, me dije; ya sé que no sueles escribir relatos ultracortos, César, pero intenta imaginar uno. Un relato que puedas escribir en un par  de horas como mucho.

            Así que puse en marcha mi vieja y oxidada máquina de imaginar y, bingo, se me ocurrió una historia de la longitud adecuada. El cuento se llama Una muñeca para Sofía y no es un ultracorto, pero casi: tiene mil quinientas palabras. Pero hay un pequeño problema...

            Normalmente, los cuentos de Navidad de Babel son de humor, o son tiernos, o irónicos, o juguetones... Este año no. El cuento de este año no tiene nada de juguetón. Ni pizca. Es un cuento de mal rollo. Soy sincero; en otras circunstancia no habría escogido esta historia. Pero fue lo mejor que se le ocurrió a mi maltrecha y retorcida mente. Y más vale un cuento oscuro que ningún cuento. En cualquier caso, si lo que ahora os apetece es el optimismo, las sonrisas y las buenas intenciones... mejor que no leáis el cuento. Aunque, quién sabe, a lo mejor no es tan chungo como a mí me parece...

            Ah, por cierto, también podríamos celebrar otra cosa: esta es la entrada del blog número 600. Qué número tan redondito, ¿verdad? Pero no lo vamos a celebrar; lo dejaremos para mejor ocasión. Es decir, para la entrada 666.

            En fin, amigos, os deseo que paséis unas inconmensurablemente felices fiestas. Es un placer y un honor que sigáis merodeando por aquí. Feliz Solsticio.


            Una muñeca para Sofía
            By César Mallorquí

            El trineo, tirado por nueve renos mágicos, surcó el cielo nocturno, veloz como una centella, se detuvo en el aire y flotó sobre la pequeña aldea a unos mil metros de altura.

            --¡Ho, ho, ho! –exclamó el orondo ocupante del vehículo.

            Le encantaba decir “¡Ho, ho, ho!”, aunque nadie le oyese. Era su signo distintivo, su marca personal, incluso podría decirse que era su grito de guerra, de no ser porque “guerra”, en su caso, resultaba una palabra totalmente inadecuada; pero aquel “¡Ho, ho, ho!” también era una expresión de auténtico júbilo. Nada le gustaba más a Santa Claus que hacer regalos a los niños; aquella tarea le llenaba de optimismo y placer, así que para soltar presión en la caldera de su felicidad, siempre exclamaba “¡Ho, ho, ho!” al principio y al final de cada encargo... (Si quieres seguir leyendo, pincha AQUÍ)



 

miércoles, diciembre 9

¡Babel 10!


 
            Diez años ya. La Tierra ha dado 3.652 malditas vueltas sobre sí misma. Jodeeeeeeer... Me siento viejo. No, qué coño me voy a sentir; es que soy viejo, un chalado que ha dedicado una considerable parte de su vida a, entre otras cosas, escribir un blog. Qué absurdo, ¿verdad? Pero me encanta hacer cosas absurdas (siempre y cuando sean inofensivas).

            Supongo que ahora sería el momento de volver la vista atrás, hacer balance y todo eso; pero qué coñazo, ¿no? Además, ya ni me acuerdo de la mayor parte de los posts que he escrito, aunque sí recuerdo con nitidez aquel lejano viernes, nueve de diciembre de 2005, en que por pura procrastinación me dio por crear La Fraternidad de Babel. Si me llegan a decir que iba a durar una década, no me lo habría creído.

            Han sucedido muchas cosas durante estos diez años. Algunos posts fueron divertidos. Otros, aunque no lo supisteis en su momento, fueron angustiosos para mí, como unos cuantos que escribí en 2007, internado en un hospital y creyendo (no sólo yo, sino también los médicos) que me iba a morir. En aquellos momentos, Babel fue un tablón flotante al que me agarré durante el naufragio. Escribirlo me hacía sentir que yo era el de siempre, y no sólo un puñetero enfermo. Aunque, la verdad, los momentos más intensos para mí fueron los diez posts que dediqué a contar la historia de mi hermano Eduardo. En cierto modo, esos textos justifican (para mí) la existencia del blog...

            ¡Alto, quieto ahí! ¿No he dicho que no iba a hacer balance? Pues basta de nostalgia.

            Hoy se cumple el décimo aniversario de La Fraternidad de Babel. Quinientas noventa y nueve entradas. ¡Bien, bravo, viva! ¡Tres hurras por el bloguero! Y otros tres hurras por vosotros, los merodeadores de Babel; tres hurras por los que seguís aquí desde el principio, y por los que acabáis de llegar, y por los que descubristeis este rincón de Internet ya empezada su andadura, y por los que se fueron, pero dejaron aquí su huella. Por todos los nómadas de la Red que han encontrado aquí un pequeño oasis:

            ¡Hip, hip... HURRA!

            ¡Hip, hip... HURRA!

            ¡Hip, hip... HURRA!
 

 
            (Globos, lluvia de confetis, la orquesta entona los primeros compases de Auld Lang Syne y todos cantamos con lágrimas en los ojos)

            Vale, basta de cucamonas y alharacas. Para celebrar tan entrañable acontecimiento, hace unos meses le pedí a algunos amigos que escribieran algo acerca del blog. Y, como son buena gente, lo han hecho. Han escrito cosas bonitas sobre mí y sobre Babel. Aunque, claro, ¿qué iban a hacer los pobres? Llega un tío, te pide que escribas sobre su blog, y tú no vas a decir “El blog es un peñazo y el bloguero un merluzo”. No, eso sería de muy mala educación. Lo que haces es dar jabón. Pero bueno, así son los cumpleaños, ¿no? Llegan los amigos y te dicen: “Joder, pero si estás mejor que nunca”. Y tú sabes que es mentira, que estás hecho un despojo humano, pero te gusta oírlo.

            En fin, aquí están los comentarios de unos cuantos merodeadores, reproducidos según estricto orden de llegada. Gracias a todos por su contribución. Y gracias a vosotros por seguir ahí.

            Feliz cumpleaños, amigos.

 
A lo largo de los años, he aprendido a apreciar como la mejor cualidad posible en una persona de nuestro tiempo una muy sencilla, pero rara de encontrar: el saber estar. Hablo de la gente capaz de colocarse, sin esfuerzo, a la altura de cualquier situación: en palacios y cabañas, en tres estrellas Michelin y tascas, a las duras y a las maduras.

Soy un tanto escéptico respecto a la idea de mantener un blog, por muchas razones que ahora no vienen al caso. Salvo que seas una de esas personas, parece ser. Tengo la fortuna de conocer personalmente al maestre de esta Fraternidad, hemos compartido unos cuantos buenos momentos y alguno malo. Sin que su hombría de bien (esa es la expresión castellana para cualquier sexo) y su temple perdieran jamás fuelle.

Creo que eso queda reflejado en este rincón de la web. Un lugar que es un baluarte firme contra la estulticia, y a la vez un sitio donde sentir ternura y empatía. César tiene el talento de exponer todo el abanico de sus muy humanas emociones (enfado, vulnerabilidad, entusiasmo, indecisión) sin dejar de estar a la altura. En medio del ruido, es una pena que no haya formas fiables de descubrir muchos lugares como este. Brindo por otros cien años más.

                             Julián Díez, periodista y ensayista.
 

Visito de vez en cuando LA FRATERNIDAD DE BABEL porque me resulta refrescante y estimulante, a veces para reírme, a veces para enfadarme, para pensar un ratito, por curiosidad... Y es que no siempre comparto las opiniones de su autor. Es más, conociendo a César Mallorquí, hay veces en que, mientras estoy leyendo su comentario del día, no puedo evitar pensar que seguro que esa frase o tal cual otra o aquellos párrafos los ha escrito solo para chincharme a mí o para provocarme. Pero inmediatamente me rectifico: el autor de LA FRATERNIDAD DE BABEL tiene ese talento único que hace que como lector creas que está escribiendo solo para ti, pensando en ti precisamente. Cuando los que le conocemos sabemos que, tanto en su blog, como en sus novelas, César solo escribe lo que quiere él. ¡Menos mal y por muchos años!
 
Reina Duarte, Directora de Publicaciones Generales de la editorial EDEBÉ

 
La Fraternidad de Babel es uno de esos raros blogs en los que uno se siente como en casa. César comparte  con sus lectores lo que le gusta y lo que le disgusta, sus lecturas, sus opiniones políticas o sus experiencias vitales, siempre con total falta de pretenciosidad, con franqueza y –lo que más se agradece- con su punto de humor.  Hace algunos años ya que sigo su blog y, cada vez que me asomo a sus páginas, es como si estableciese un diálogo con un amigo, aunque no le conozca de nada. Porque, haciendo honor a su nombre, el blog de César se ha convertido en una verdadera fraternidad en la que nos sentimos acogidos, donde podemos dejar oír nuestras ideas y debatir sobre lo divino y lo humano. Como lectora, te doy  las gracias, César, por recibirme en tu casa. Espero que lo sigas haciendo durante mucho tiempo.

                           Elena Rius, gestora del blog Notas para lectores curiosos


La primera vez que hablé con César Mallorquí casi me da un infarto. Todavía me tiemblan las piernas cuando lo recuerdo. Yo era su fan desde hacía años pero, por desgracia, no se trataba del clásico infarto “he conocido a uno de mis autores fetiche, tío”. Fue más el clásico infarto “este señor me está montando el pollo padre”. Habíamos metido la pata en una cosa. César tenía toda la razón del mundo. El caso es que me enteré de la mitad de la conversación. Al otro lado del teléfono solo oía una voz cavernosa, proyectada como un trueno desde la caja torácica de un hombre robusto, que sabe el frío que hace ahí arriba cuando mides más de 1,90 y con unas cuerdas vocales que ni Ulises hubiera sido capaz de tensar. Tenía razón en todo lo que estaba diciendo, no pude replicarle nada. Y qué demonios, aunque estuviera completamente equivocado, estaba cagado de miedo para decir ni mú. Pasados unos días, me volvió a llamar. Fue vergonzoso para un tipo de treintaytantos como yo hacerse pis encima, pero lo cierto es que quedamos a comer. Y aquel día nació el idilio. A lo largo de la comida distinguimos el grano de la paja, lo importante de lo superfluo y hablamos del futuro. El más inmediato, “La estrategia del parásito”, una novela en la que cometimos locuras y de las que estoy más orgulloso como editor. A raíz de aquello, ahora quedamos con menos frecuencia de lo deseado, pero la suficiente para abrir las puertas de nuestras respectivas casas y familias. Tenemos las mismas chorradas frikis colgadas de nuestras librerías –si nos preguntáis a nosotros no son chorradas ni juguetes, son esculturas conmemorativas, homenajes a Tintin, a Star Wars, a Star Trek, etc-. Nuestros referentes audiovisuales son prácticamente los mismos, el sentido del humor igual de negro y sarcástico y tenemos los ojos azules más bonitos del negocio editorial, maldita sea. La vida no me permite disfrutar de César tanto como me gustaría, los dos tan casados y sobre todo tan heterosexuales, pero cuando le echo de menos, que es bastante a menudo, leo su blog. Periódicamente. Semanalmente. Merodeo compulsivamente. Es como tenerle aquí, escribe como habla, habla como piensa y las tres cosas las hace con maestría. Y encima, como todos los genios, consigue que esas tres cosas parezcan sencillas. Quiero a este hombre. Quiero a sus libros y quiero a todo lo que escribe. Le animo a que publique segundas partes de sus novelas, aunque las haya publicado con compañeros de otras editoriales (¡Ese profesor Zarko, hombre ya!). Leer su blog es verse reflejado pero en una versión mejorada, ordena tus pensamientos. Pocas veces he estado en desacuerdo con él, pero poniéndose tan abominable como se pone a veces, cualquiera se lo dice. César, te quiero, como Astérix a Obelix.

                   Gabriel Brandariz. Editor Ejecutivo de Literatura Infantil y Juvenil de SM.

 
Según César -se lo he escuchado a él mismo en una mesa redonda en Avilés- su cerebro no es un lugar agradable de visitar. Puede ser, no lo sé, pero creo que al menos algunas partes sí son visitables y disfrutables. La prueba es este blog, escaparate de su mente, donde hay paisaje, paisanaje propio y turistas, como yo. Durante estos diez años, que se dice pronto, de visitarlo, allí he podido encontrar partes más amplias del César que he percibido en las conversaciones que hemos tenido delante de una cerveza -menos de las que me hubiera gustado, sin duda- y también del César que se desvela leyendo sus libros. 

He de concluir tras este agradable trayecto de muchos años, que a uno se le debe juzgar por cómo trata a los demás y no por cómo se trata a sí mismo. Casos hay de gentes engoladas, que se miran con mucha mejora y otros, como parece César en esa declaración a la que aludo, que son duros jueces de lo propio. 

Como el mismo César dijo en una ocasión, seguramente con otras palabras mejores que las mías, lo realmente importante de la gente no es que sean o no brillantes, inteligentes, capaces, sino que sean buenas personas. Pues bien, él lo cumple con creces, y la única prueba que puedo aportar es que yo también creo eso que él dice y en diez años no he encontrado motivos para cambiar de opinión, al revés. 

Así que, gracias César por compartir espacio mental delegado, ciberego o como queramos llamarlo, con los demás en tu fraternal cuaderno de bitácora. Ahora a esperar a la próxima celebración, si no me lo impide algún colapso global o personal.

                                                    Eduardo Vaquerizo, escritor.

 
Hay preguntas absurdas de las que pueden salir respuestas lúcidas. Un ejemplo: si alguien me preguntara qué blog me llevaría a una isla desierta tendría que obligarme a no fruncir las cejas hasta que me tocaran el ombligo. Sin embargo, si lo pensara unos segundos, lo tendría clarísimo. Me llevaría 'La Fraternidad de Babel'. Primero, porque es un blog inteligente y sabio, cosa que no abunda. Segundo, porque rebosa gallardía, virilidad rampante y buen humor, lo cual es aún menos frecuente. Y tercero, porque si hubiera algún remoto modo de encontrar en una isla desierta un ordenador, corriente eléctrica y conexión a internet (eso únicamente es un problema para los talibanes de la realidad), no existiría mejor modo de encontrarlo que trasteando por los archivos secretos de La Fraternidad. Lo del bucle resultante de buscar algo en lo que estoy buscando sería molesto, sí, pero total: no habría nadie para verlo y yo podría disfrutarlo igual. ¿Lo digo de un modo más? Me gusta este blog porque siempre adivino, admirándolo, lo que hace César Mallorquí al escribirlo. Simple y llanamente: soñar con los dedos.

                               Ricard Ruiz Garzón, periodista y escritor.


YO CONFIESO
Me siento enredado en una contradicción. Por un lado, en ocasiones echo en falta que las gentes de las artes y las letras, esas que hacen del pensamiento su terreno de trabajo y algunos han dado en llamar «intelectuales», se posicionen y expresen fuera de las tertulias su punto de vista sobre los laberintos en los que andamos errabundos, en busca de una salida tal vez aún por construir. Por otro, no siempre me interesa la opinión de los creadores y prefiero conformarme con su obra. Podría citar muchos escritores a quienes admiro sin compartir nada con ellos. Con algunos, incluso, se me haría difícil tomar un café sin que este me supiera mal, mezclado con la sangre que brotaría de mis labios al mordérmelos por no pronunciar algún denuesto. El talento no siempre se compagina con la honestidad, y se pueden edificar obras admirables sin renunciar al egoísmo y la villanía. No es el caso de César Mallorquí.

Confieso que César me hace caer en el más ingrato de los pecados, aquel que te tortura sin procurarte ningún placer previo: la envidia. Le envidio tanto que he intentado encontrarle un punto débil, un renuncio o un traspiés, para que estas líneas no se convirtieran en panegírico. No lo he logrado.

Quizá algún día nos reconozca su pacto con el diablo, porque desplegar tanto ingenio como narrador, al tiempo que conserva un pensamiento claro y agudo cuando nos regala sus pareceres en este blog, es una combinación que nos desarma de todo rencor. Que nos apabulle sin dejar de amarle nos encadena a una dulce esclavitud. Nos conduce hacia la aventura y el misterio; nos acaricia con la cadencia de sus palabras amigas; encuentra siempre expresión a ese sentimiento que entendíamos y compartíamos, sin encontrar antes el modo adecuado de darle forma. Demos gracias a su gentileza, porque César está hecho de una materia que podría engendrar pastores de hombres; pero él no reclama devoción, asentimiento u obediencia. Nos abre las puertas de su mundo y nos invita a pasar, si gustamos, para sentirnos cómodos algunas veces, aterrados otras, siempre despiertos y con la mirada atenta, bajo el único narcótico de la imaginación, que no envilece sino que muestra otros ángulos y perspectivas de la realidad.

Solo puedo reprocharle su capacidad para advertirme de mis flaquezas y avivar mi lado más oscuro y cainita, que puedo expresar mediante un procesador de textos cuando jamás me atrevería a decírselo a la cara. Porque, además de buen escritor y mente lúcida, es alto y fuerte, maldita sea. Qué mal repartido está el mundo.

                                                                        Armando Boix, escritor.


César me pidió unas palabras para el cumpleaños de su blog. Y no sé qué decir. En serio. Así que me he concentrado mucho, para poder extraer de mi vacío mental algunas ideas. ¡Allá van!

Hace diez años yo me había alejado del fandom y de la ciencia ficción. Mi hija tenía dos años. No dormía. Ni ella ni yo. Trabajaba como una burra. (Esta era yo). Era un zombi. (Yo. De nuevo yo). Y, no recuerdo cómo, (lo mismo me lo dijo él mismo en alguna de sus visitas a Barcelona para recoger algún premio) descubrí que existía "La fraternidad de Babel".
           Gracias al blog reencontré a César. Era como tenerlo ahí delante. Casi. (Porque él es más grande y más alto que mi ordenador). La Fraternidad era un lugar en el que hablaba de lo que le daba la gana, como si estuviera en un bar. Y encima podías interaccionar con César: podías comentar sus posts y él te contestaba. Y también lo hacían otros desconocidos. Porque para mí, La Fraternidad de Babel se convirtió en una especie de primitiva red social, en la que acabamos conociéndonos todos los merodeadores del blog. Me hizo reencontrar viejos amigos, descubrir a algunos nuevos y a echarlos de menos cuando se fueron. Era una auténtica fraternidad.
            Yo era la Anónima de las 9:59.

            Durante un tiempo engañé a César. No le dije que destrás de ese nick estaba yo. Y él pensaba que era mucho más mayor de lo que soy porque hablaba de cómics de los años cincuenta, de películas en blanco y negro y de cosas que se supone no eran de mi generación. Pero ¡qué se le va a hacer si yo me crié con los Mis Chicas, los TBOs, y los Chicos heredados!

Disfruté como una enana en aquella época. La Fraternidad me abrió una puerta que había estado cerrada durante mucho tiempo: volví a encontrar gente a la que le gustaban los géneros que a mí me gustaban...
             El nick, Anónima de las 9:59, me lo puso César. Y me gustó tanto que lo usé después como pseudónimo al presentarme a algunos premios literarios. ¡¡Y me dio suerte!!

             El tiempo pasó. Ahora ya no paso cada día por la Fraternidad. Una vez al mes entro y leo todo lo que me he perdido. Entonces río y lloro con César. (Mi pareja dice que me va a prohibir leer a César porque me hace llorar mucho. Y es verdad. Me hace llorar mucho... Pero ¡también me hace reír mucho!). 

La fraternidad me hace sentir acompañada. Me da ganas de escribir. Y de llorar... Me hace sentir viva, supongo.

            Y está ahí cuando la necesito.

            Gracias, César, por haber abierto una ventana a un macro-micromundo. Como esos que tanto te gustan a ti de los de Borges. ¡Muacs!

                                                      Susana Vallejo, escritora


             Sí, amigos: aunque parezca increíble en estos tiempos de Twitter, Instagram y Facebook, hubo una edad de oro de los blogs. Hubo un momento, allá por el bienio 2005-2006, en el que todo el mundo se abría el suyo, incluido un servidor.

            Por supuesto, había de todo, desde la divulgación hasta la crítica, pasando por los contenidos muy personales y los más autopublicitarios. Crisei, de Rafael Marín, tal vez abrió el camino, que siguieron algunos blogs ejemplares se mire como se mire. Ahora mismo pienso en La Cosa Húmeda, de Fabrizio Ferri-Benedetti; Soria de las Palabras, de Julián Díez; Momentos en Solaria, de Pilar Barba y, por supuesto, los que eran mis dos favoritos: Planells Facts and Fiction, del malogrado Juan Carlos Planells, y La Fraternidad de Babel, de César Mallorquí.
            Juan Carlos y César se consagraban a lo que llamo "el blog total", es decir, hablar de todo, un generalismo que desnudaba a la persona, al personaje y a su obra literaria. Era un tipo de blog asequible para descubrir la personalidad del autor de culto, en el caso de que lo descubriese el lector de sus novelas, pero también para ir sabiendo de su vida, en qué andaba, una newsletter personal e intransferible de la que nos hacía partícipes, su manera de contarnos que estaba bien, o mal, dependiendo del momento.

          ¿Qué ocurrió? Lo de siempre: el abandono, los cambios de metas o (ay) las causas biológicas hicieron una criba  y, diez años después, apenas queda un puñado de supervivientes de esta edad de oro de los blogs. La Fraternidad de Babel es, por un motivo u otro, el único que consulto con frecuencia. Lo tengo en mi pestaña de favoritos, junto con la prensa del día o mis herramientas de trabajo en línea. Siempre es un lujo saber qué hace César, qué opina sobre tal o cual asunto, adónde han viajado Pepa y él, y, sobre todo, un par de cosas que creo que marcan la diferencia y me hacen considerarlo el mejor blog literario-personal que se hace en la actualidad.

          Por un lado, sus famosos cuentos de Navidad, uno de los motivos por los que suelo aguardar la llegada de estas fechas tan señaladas.

         Y, por otro, ese estriptís emocional que genera la lectura de algunos acontecimientos personales que decide compartir con los lectores. Me habré leído el noventa por ciento de sus cuentos, el sesenta por ciento de sus novelas y el ochenta por ciento de sus ensayos y, aun así, no dudo en afirmar que las entradas dedicadas a su familia son de lo mejor que ha escrito: directas, sin concesiones, llenas de emoción, duras, sinceras, tristes y felices. La vida misma.


        He disfrutado mucho con La Fraternidad de Babel, y no me cabe duda de que seguiré haciéndolo por muchos años.
        Enhorabuena, César. Y que cumpla muchos más.
                                          Juanma Santiago, crítico y editor