sábado, marzo 29

Porno


 
            Que quede claro desde el principio: no tengo nada en contra de la pornografía. Es más, estoy a favor; creo que el porno cumple una beneficiosa función social: aliviar tensiones. De hecho, no existe la menor relación entre el consumo de pornografía y un aumento de los delitos sexuales, sino más bien al contrario.

            Luego está lo de la cosificación de la mujer, que es cierto: en las películas porno la mujer suele aparecer única y exclusivamente como objeto sexual. Pero lo mismo ocurre con los hombres; o aún peor, porque en el porno heterosexual (el mayoritario) los hombres cumplen una función exclusivamente mecánica y siempre focalizada en la mujer. Es lógico, porque los mayores consumidores de porno somos lo hombres, así que lo que nos interesa es la mujer, no ese tipo que está con ella y que encima tiene una tranca de lo más acomplejante. Por eso las actrices porno, en general, están mucho mejor pagadas que los actores.

            En cuanto a los actos degradantes que muestran las películas porno, pues en fin, es cuestión de opiniones. Reconozco que hay modalidades de porno que harían vomitar a una cabra (al menos, mi cabra vomita cuando las ve), pero ¿quién soy yo, o mi cabra, para juzgar lo que dos –o más- adultos decidan hacer con mutuo consentimiento? Que lo hagan por dinero no importa, porque son libres de hacerlo o no. Ah, ¿que la necesidad les obliga a hacer cosas que no harían en otras circunstancias? Pues supongo que en muchos casos sí. Pero lo mismo sucede con tantísima gente que se ve obligada a hacer trabajos infectos por un sueldo de mierda. ¿O es que no es deplorable trabajar ocho horas al día en una cadena de montaje? Eso sí que es cosificación, y no un par de sesiones de sexo grabado.

            Pero es que practicar sexo por dinero es lo más indigno que pueda concebirse, dirá alguien. Y yo responderé: ay, que chunga es la moral judeocristiana. El sexo, el gran tabú. Nos han metido en el coco que el sexo es algo sucio, indigno, animal y repugnante, y que sólo puede practicarse cuando está bendecido por el más puro de los amores y, a ser posible, con el objetivo de la procreación. En cuanto a follar por diversión... bueno, si lo hace un hombre se comprende (ya sabemos cómo son los hombres), y si lo hace una mujer es que es una puta. ¡Chorradas! Y, además chorradas patriarcales.

            La pornografía no es más que la representación simulada de fantasías. Pero, atención, las fantasías sexuales sólo tienen sentido en su propio contexto, el de la fantasía, y de ningún modo implican el deseo real de llevarlas a la práctica. Pondré un ejemplo: ¿Sabéis cuál es la fantasía sexual más recurrente en las mujeres? Que un hombre las fuerce, a veces muy violentamente, a realizar el acto. Es decir, que las violen. Eso suele confundir a muchos. ¿Las mujeres quieren que las violen? Por supuesto que no: las mujeres (no todas, claro) quieren fantasear con ser violadas, que es muy diferente. Porque en una fantasía de violación, la mujer tiene el control, pero en una violación real quien tiene el control es el hijo puta del violador.

Y con los hombres pasa lo mismo. Imaginad que un día vais, que sé yo, a un zapatería y, mientras os estáis probando unos mocasines, la dependienta, un tía buenísima, empieza a gemir y retorcerse al tiempo que se acaricia los pechos y te suplica que la tomes ahí mismo, sobre la moqueta. No sé lo que haríais vosotros, pero creo que yo, tras comprobar si hay cámaras ocultas, saldría pitando de allí, porque una tía que se comporta de esa forma no puede ser normal. Pues bien, lo que acabo de describir es una escena típica de cualquier película porno.

            De hecho, sostengo que hay tres géneros fílmicos que en realidad muestran universos paralelos al nuestro: las películas de artes marciales, los musicales y la pornografía. Todas estas modalidades de cine están ambientadas en un mundo aparentemente normal, hasta que de repente, sin venir a cuento, se quiebran las leyes de la lógica y, en un caso, todo el mundo rompe a dar saltos y patadas, en otro rompen a cantar y en el tercero rompen a follar. Por cierto, Sasha Grey protagonizó un corto satírico sobre los tópicos del género (podéis verlo pinchando AQUÍ; tranquis, no hay imágenes porno).
 
En resumen: creo que lo peor del cine pornográfico es lo aburrido, torpe y poco imaginativo que suele ser. Pero en las últimas dos décadas se ha producido un cambio tecno-social que altera las cosas de forma preocupante.

            La pornografía, de una forma u otra, ha existido siempre. Y cuando digo siempre, es siempre. En cuanto al cine porno, baste decir que los Lumière mostraron su invento en 1895, y la primera película erótica de la que se tiene constancia es de 1896, un año después. No hacía falta ser un lince para comprender que cine+sexo=negocio.

            Así que siempre ha habido pornografía. La cuestión era el acceso a ella. Ciñéndonos al cine, las primeras películas pornográficas no eran para exhibición pública, sino para el consumo privado de ciertos personajes adinerados. Por ejemplo, durante los años 20 nuestro rey Alfonso XIII sufragó la producción, a través del conde de Romanones, de una serie de películas porno que, por supuesto, sólo eran para disfrute del rey.

            Mucho después, aparecieron las primeras salas de cine X, de acceso muy controlado. En los 50, 60 y 70 se popularizó el cine doméstico (Ocho mm. y Súper 8), y por supuesto comenzaron a comercializarse películas porno en esos formatos. Pero verlas era un coñazo, porque había que desplegar una pantalla, montar la película en un proyector y apagar las luces (y luego desmontarlo y guardarlo todo). Más tarde llegaron el video y los DVD’s, lo que facilitaba mucho la adquisición de pornografía. Aun así, tenías que estar en una casa y disponer de una TV y un reproductor.

            Pero ahora... ¿Sabéis cuántas webs pornográficas hay en Internet? No, porque según he comprobado nadie lo sabe. He encontrado un informe de Google donde se afirma que tiene indexadas más de 260 millones de webs pornográficas. Pero ese dato es de 2003... En fin, el caso es que hay mucho porno en la Red. Y de todo tipo; cualquier variedad que se os ocurra, por retorcida que sea, y muchas variedades que no se os ocurrirían jamás. Todo eso al alcance de un clic; y, con los smartphones, en cualquier lugar. Jamás el acceso a la pornografía ha sido tan sencillo, omnipresente y, además, gratuito.

            Hace tiempo, cuando mi hijo mayor tenía doce años y el menor nueve, entré en su cuarto y les encontré partiéndose de risa delante del ordenador. Tras indagar un poco, descubrí que se estaban riendo de un fragmento de peli porno que un amigo les había enviado por correo. Eran apenas 20 segundos y las imágenes mostraban a un tío cagando sobre la cara de una chica...

            Hoy en día, todos los niños, todos y desde edades sorprendentemente tempranas, se inician en la sexualidad a través de las páginas web pornográficas. Ésa es toda la educación erótica que reciben. No sé lo que pensáis vosotros, pero a mí eso me estremece. Educarse sexualmente con el porno es como estudiar física con las pelis de Star Wars. Sencillamente, nada que ver con la realidad.

            Los niños no están suficientemente formados para comprender que lo que muestra el porno son fantasías y nada más que fantasías. Y tampoco comprenden que muchas de las cosas que muestran esas películas no tienen en realidad nada que ver con el sexo, sino con la técnica cinematográfica. Por ejemplo, las extrañas posturas que adoptan los actores porno no son ejemplos del Kamasutra, sino la forma de conseguir que la cámara pueda grabar con claridad los genitales en funcionamiento. O esa moda de la depilación brasileña, cuya única función en el porno es, de nuevo, eliminar el vello para que puedan verse bien los genitales. Nada de eso tiene que ver con el sexo real.

            Además, el sexo que aparece en el porno no es un sexo funcional, no es buen sexo. En el mundo real, las mujeres no son perras calientes ni los hombres descerebrados sementales en permanente celo (al menos, no todos). El porno, en realidad, elimina el erotismo, lo destruye. El porno reduce el sexo a la genitalidad, y el sexo es mucho, muchísimo más que eso. Sexualmente hablando, el porno es muy tosco. Porque, no lo olvidemos, sólo son fantasías representadas.

            Pero el auténtico problema no es la confusión que el porno puede provocar en la mente de los niños, sino que esos niños no van a recibir absolutamente ningún tipo de educación erótica. Nadie les va a hablar del sexo real, así que su única fuente de información será el porno en Internet. Ese es el problema.

            A mi modo de ver, lo execrable no es la pornografía, porque la pornografía es consustancial a nosotros y siempre va a estar ahí. Lo verdaderamente execrable es una moral hipócrita que cree que no hablando de sexo, el sexo va a desaparecer. Lo execrable son todos esos padres y madres biempensantes, muy religiosos ellos, que ponen el grito en el cielo cuando alguien propone educar sexualmente a los niños, o cuando alguien simplemente menciona la sexualidad delante de ellos, dejando de ese modo a sus hijos a merced de la ignorancia y las páginas pornográficas. Eso es lo execrable y lo preocupante.

           

viernes, marzo 21

Lectores



“Nunca pienso en el lector, porque el mayor acto de respeto hacia el lector es ignorarlo. Si piensas en el lector, ya sería algo falso porque no estarías haciendo lo que quieres. Yo escribo para mí, pero supongo que es para construir e investigar mi propio mundo poético y material”.

            El párrafo que he reproducido ahí arriba lo he extraído de una entrevista con un más o menos conocido presunto escritor, presunto narrador, presunto novelista que ya ha aparecido en esta tierra ignota de Babel. ¿Sabéis quién es? Ya sé que es difícil adivinarlo, pues pseudointelectuales dispuestos a decir soplapolleces los hay a paletadas. Os voy a dar una pista: es un autor que, literariamente hablando, en vez de ofrecerte delicioso chocolate suizo, te da Nocilla.

            ¡Premio! El escritor (aquí fue donde puse “escrotor”) en cuestión es el inefable Agustín Fernández Mallo -autor de la no menos inefable Trilogía Nocilla-, que hace unos meses, cuando dijo otra chorrada, ya tuvo su momento de gloria en este blog (aquí).

            El caso es que leí el comentario de AFM en una entrevista que le hicieron en El País, y me entraron ganas de comentarlo aquí, pero me pareció que era darle demasiada cancha al personaje. Más adelante, leí en el mismo periódico un artículo de Carlos Boyero en el que comentaba la bobada dicha por Mallo (calificándola de eso, de bobada). Y, como estaba claro que el destino así lo quería, recorté esa parte del texto para reproducirlo en el blog. Entre tanto, vi en una librería el reciente libro de Alfaguara que reúne los tres títulos del Proyecto Nocilla y... no, no lo compré (¿creéis que estoy tan loco?), pero si me quedé ahí un rato hojeando el libro, picoteando aquí y allá. No es una forma adecuada de leer, es cierto; pero en este caso da igual. Dado que no existe el menor hilo narrativo, puedes empezar a leer donde quieras para luego saltar a donde te dé la gana. Cierto es que si lo lees en diagonal no le encuentras sentido. Pero creo que si lo lees de principio a fin tampoco.

            Por  lo visto, AFM presume de no leer demasiada literatura. Se nota. Se nota mucho. Se nota muchísimo. Porque escribe rematadamente mal. Entendedme, no es que no me gusta lo que escribe, sino que lo que escribe, con independencia de que me guste o no, está incorrectamente escrito, con errores de sintaxis, un notable desconocimiento de las normas de puntuación y una severa dificultad para expresarse. Por lo demás, es una especie de collage con pensamientos supuestamente profundos que en su mayor parte son banales, un pretendido y pretencioso tono poético y unas reflexiones farragosas que, o están mal expresadas o no significan nada.

            Pero bueno, a lo que íbamos. Mi mala cabeza me hizo perder el recorte, así que busqué la entrevista en Internet. Y no la encontré, pero sí otras entrevistas, tres o cuatro, en las que Mallo decía lo mismo con más o menos las mismas palabras (como si se lo hubiese aprendido de memoria). Aunque en la entrevista de El País no decía “para construir e investigar mi propio mundo poético”, sino “mi propia poética”, que queda más cool. Pero bueno, vamos  a reflexionar sobre tan brillante frase.

            De entrada, justo es reconocer que AFM tiene razón en cierto sentido.  En cuanto al tema y al argumento, no debes basarte en lo que crees que pueda interesarle más a los lectores, sino en lo que te interesa a ti. Esa es la única forma de que tu texto sea auténtico y honesto. Si luego le interesa a los lectores o no es otra cuestión. Pero si escribes dependiendo de los intereses de los demás, lo máximo que llegarás a ser es un mercenario de las letras.

            Ahora bien, AFM añade a continuación: “Yo escribo para mí”. De hecho, acabo de encontrar otra entrevista donde afirma: “Yo escribo para mí, para investigar mi poética, creo que escribir para el lector es un error. La presunción de inteligencia en él te obliga a ser honesto en cuanto a tu poética”. ¿Veis?: dice poética. Dos veces.

            Una pregunta: Estimado AFM, si escribes para ti, si lo único que te interesa es investigar tu... eh... poética, todo lo cual me parece estupendo, ¿por qué demonios publicas? Porque al publicar tus textos conviertes ese supuesto acto de introspección en un acto de comunicación, lo que es muy distinto.

            Verás, es la misma diferencia que entre masturbarse y hacer el amor. Cuando te masturbas, lo haces pensando única y exclusivamente en tu propio placer. Dicho a tu manera: Te masturbas para investigar tu propia erótica. Ahora bien, cuando haces el amor, además de buscar tu placer, se supone que también debes contribuir al placer de tu pareja. De hecho, tu placer dependerá en gran medida del placer de ella. Así que, en vez de dedicar un escaso par de minutos a un apresurado mete-saca y luego a otra cosa, lo que debes hacer es postergar tu orgasmo (la más estimulante forma de procrastinación que existe, por cierto), acariciar, besar, decir cosas bonitas, ya sabes (supongo). Para que me entiendas: eso es narrar; lo que haces tú es masturbarte.

            Pues bien, si lo único que quieres es investigar tu... esto... poética, ¿no habría sido mucho más consecuente guardarte los textos y no enseñárselos ni a tu abuelita? Antes de morir, podrías dárselos a un amigo para que los quemara. Es lo que hizo Franz Kafka  con Max Brod. Lo que pasa es que Brod le traicionó y publicó los textos, haciéndole de paso un favor a Kafka -o al menos a su memoria- y a todos nosotros. En tu caso, no te preocupes: si eligieras a un auténtico amigo, te haría un favor (a ti y al resto del mundo) y los quemaría.

            Pero estoy siendo injusto; AFM no es el único ¿escritor? al que le he leído ufanarse de no escribir para los lectores. Hubo uno, lamento no recordar quién, que más o menos dijo: “Yo hago todo el trabajo al escribir un libro, así que le corresponde al lector el esfuerzo de leerlo”. Pues no, olvidado amigo, de ninguna manera. Ya sé que te has esforzado mucho en escribir tu libro, pero nadie te ha pedido que lo hagas. Además, el libro no lo regalas; el lector paga por él, así que tiene todo el derecho a exigir, porque los veinte eurazos que ha soltado podría haberlos dedicado a comerse unas gambas, o a comprar otro libro, así que debes darle un buen motivo para que elija el tuyo. Él es el cliente, y tú quien le proporciona un servicio.

            La novela es narrativa, y la narrativa consiste en contar una o varias historias. Lo cual significa que lo primero que debe tener un escritor es algo que decir, historias que contar. En cuanto al arte de narrar, consiste en contar historias de la forma más atractiva y efectiva posible, persiguiendo el placer del lector. Porque ése es el objetivo de toda forma de arte: el placer (estético, intelectual y/o emocional) de quién se expone a él.

Contar una historia de forma ardua, embarullada y aburrida ES FÁCIL. Lo puede hacer cualquiera, está al alcance del más inepto. Por el contrario, contar un historia de forma fluida, con interés, con inteligencia y provocando emociones ES DIFÍCIL. Para poder conseguirlo hace falta mucho aprendizaje, mucho tiempo y mucho esfuerzo.

            Además, ¿qué significa eso de “escribir para mí”? ¿Acaso aparte de escritor no eres lector? Pues entonces querrás que el autor, aunque seas tú, narre lo mejor posible. Salvo que tengas mucha manga ancha con ese autor que eres tú mismo, claro. O que no leas demasiada literatura, lo que explica muchas cosas.

            Me pondré de ejemplo. Como he comentado muchas veces, escribí La isla de Bowen para mí. Cierto género literario, la aventura clásica, me gustaba mucho y hoy casi no existe. Quería volver a leer una novela así, y como nadie la escribía, lo hice yo, sin importarme lo más mínimo si eso de la aventura clásica le interesaba a alguien más o no. Ahora bien, yo como lector le exigí a mi yo escritor que me contara una buena historia de forma atractiva y emocionante, respetando mi inteligencia y divirtiéndome. Que narrara bien, vamos; a fin de cuentas, es lo que me exijo siempre (aunque supongo que no siempre lo consigo).

            En resumen: Lo que quiero contar es asunto mío; la forma en que lo cuento pertenece al lector.           

domingo, marzo 16

Procrastinando


 
            Hace poco, durante mi participación en el Hay Festival de Cartagena de Indias, hubo alguna gente que insistió en llamarme “maestro”, lo cual significa dos cosas: que ellos eran muy amables y que yo soy muy viejo. Porque lo que no soy de ninguna manera es maestro de nada; no creo que ni siquiera llegue a la categoría de discípulo medianamente aplicado. Aunque, bien pensado, sí que soy maestro en algo: en el arte de perder el tiempo, de postergar las tareas, de procrastinar en definitiva.

            Anteayer me puse a escribir una entrada para Babel y, al poco de empezar, me ocurrió algo de lo más normal: cometí un error tipográfico al escribir una palabra cambiando una letra por otra. Pasa mucho, pero a veces resulta que la palabra que obtienes, aunque no exista, parece poseer cierto significado. En concreto, quería poner “escritor” y puse “escrotor”. Y esa nueva palabra, escrotor, se me antojó de lo más sugerente.

            Entonces un rayo cayó del cielo y, sin necesidad de decir Shazam, me transformé en el Capitán Procrastinador. ¿Cuántos neologismos podría inventar basándome en el término “escritor” (y afines), cambiando, quitando o poniendo sólo una letra. Una oportunidad como esa de perder el tiempo no se da todos los días, así que durante los siguientes diez o quince minutos me dediqué con un entusiasmo digno de mejor causa a confeccionar una lista de los nuevos palabros que se me ocurrieron. Ésta es:

 
            Escrotor: Escritor que escribe cojonudamente.

            Rescritor: Escritor que corrige mucho.

            Esgritor: Escritor que lo escribe todo entre admiraciones.

            Escretor: Escritor que escribe mierdas.

            Escrutor: Escritor que se documenta mucho.

            Escrisor: Monja literata.

            Escrior: Escritor muy joven.

            Escrigor: John Norman.

            Escriñor: Escritor español.

            Escrimor: Guionista de Chiquito de la Calzada.

            Escrilor: Escritor aristocrático.

            Descritor: Proust.

            Hescritor: Escritor analfabeto.

            Escristor: Escritor de temas religiosos.

            Escrintor: Escritor hípico.

            Escrithor: 1. Escritor épico. 2. Guionista de la Marvel.

            Esfritor: Escritor que hace novelas como churros.

            Culígrafo: Escritor que escribe con el culo.

            Escrivano: Escritor que escribe cosas sin importancia.

            Escrijano: Cervantes.

            Escrisano: Escritor en buen estado.

            Escrinano: Escritor pequeño.

            Escricano: Escritor maduro.

            Y esto es todo, amiguitos. Una vez más, tío César os ha demostrado que no hay actividad, por estúpida que sea, que no sea susceptible de convertirse en un buen motivo para perder lamentablemente el tiempo.

jueves, marzo 6

Universos paralelos



            No sé si os habéis fijado, pero ahí, a la derecha de la pantalla, hay una columna titulada Universos Paralelos donde aparece un listado con algunos de los blogs que sigo o seguía. Unos publican entradas habitualmente, otros de pascuas a ramos y otros ya no publican nada. Voy a hablaros de dos de ellos.

            El primero se llama Notas para lectores curiosos (pinchar AQUÍ) y su responsable es Elena Rius (que también es una insigne merodeadora de Babel). Se trata de un blog dedicado enteramente a la literatura y, que quede claro desde el principio, es el mejor blog literario que he encontrado. Me apresuro a precisar que no conozco personalmente a Elena (o, al menos, eso creo, porque mi memoria da pena). Hace tiempo, ella comentó algo en alguna de mis entradas y yo llegué a su blog a través de su comentario (basta con cliquear sobre el nombre). Automáticamente lo incorporé a mi lista de bitácoras favoritas. Todo lo que sé sobre Elena es que vive en Barcelona –a juzgar por su apellido, debe de ser catalana de pura cepa- y que es traductora. Bueno, sé más cosas porque he leído su blog, pero son inferencias, no datos.

            Hace unas semanas, estando en Cartagena de Indias, me fui después de comer a la habitación del hotel para disfrutar del bendito aire acondicionado. Me tumbé en la cama, cogí la tableta y, para pasar el rato, me puse a revisar los blogs que aparecen en mi selección de universos paralelos. El caso es que me detuve en Notas para lectores curiosos y ahí me quedé durante las siguientes dos horas. Hacía tiempo que no lo visitaba, así que fui de adelante hacia atrás leyendo con fruición cada entrada.

            Entonces, de repente, me di cuenta de algo: en cierto sentido, Elena y yo nos parecíamos. Ambos  somos no-ahora. De hecho, la anterior entrada de Babel se inspiró en Elena y su blog. Antes de seguir quiero aclarar algo: Elena Rius es una lectora mucho más culta y sofisticada que yo. Pero coincidimos en varios aspectos y, creo, también en la perspectiva con que contemplamos el hecho literario. Se puede saber mucho de la gente conociendo su bagaje cultural.

            Por ejemplo, en la anterior entrada Elena termina su comentario exclamando: “¡Larga vida a Guillermo y Tintín!”. Pues bien, cuando te encuentras con alguien que, como tú, ha leído y recuerda con cariño a Guillermo (Guillermo Brown, el personaje de Richmal Crompton), descubres muchas cosas sobre esa persona y te sientes instantáneamente identificado con ella. Al confesar su debilidad por Guillermo, Elena está diciendo que es una mujer independiente, con mucho sentido del humor, que le gusta ser diferente a los demás y que hay en ella un punto de rebeldía. Y lo más importante de todo: que aún conserva en su interior a la niña que fue.

            Y cuando le desea larga vida a Tintín, Elena nos dice que es una soñadora, una romántica, una aventurera intelectual, una persona imaginativa, ecléctica y desprejuiciada. Y que aún conserva en su interior a la niña que fue. Sé que me pongo pesado con eso, pero el niño interior es muy importante; de hecho, su presencia o no marca la diferencia entre estar vivo o muerto. En mi caso, el niño interior, ése que aún disfruta con Guillermo, es quien escribe mis novelas, así que no os extrañe si le estoy tan agradecido.

            Antes he dicho que Elena es una lectora culta y sofisticada. Su blog está muy documentado, es muy riguroso. Y sin embargo, en él no hay ni rastro de esnobismo o elitismo cultural. Todo lo contrario; mientras que muchos contemplan el canon literario como si fuera una catedral, para ella es un parque de atracciones. Elena sabe que, como decía Borges, el objetivo de la literatura es el placer del lector. Y en realidad de eso va su blog: del placer de leer. En sus electrónicas páginas nos ofrece atinadas recomendaciones, nos habla con igual respeto de la alta cultura y de la cultura popular, nos cuenta historias interesantes, nos aporta datos curiosos... ¿Conocéis a esa clase de personas tan aficionadas a la gastronomía que da gusto verlas comer? Pues bien, a Elena da gusto verla leer.

            Así que, sinceramente, no sé qué coño hacéis perdiendo el tiempo con las gilipolleces que escribo, cuando podríais estar disfrutando de ese estupendo blog que es Notas para lectores curiosos.

            Y ahora, si es que no me habéis hecho caso y os habéis ido todos a la bitácora de Elena, vamos a hablar del segundo blog: Planells fact & fiction (pinchar AQUÍ)

            ¿Sabéis?, a veces me pregunto qué será de La Fraternidad de Babel cuando yo muera. Se quedará ahí, congelada, como un fósil de mí mismo, como una parte de mi vida vista a través del cristal lento de Bob Shaw; pero ¿durante cuánto tiempo?

            Hay un instante de mi niñez que se me quedó grabado. Mi abuela me estaba leyendo un cuento, la historia de La Bella Durmiente, y en un momento dado me enseñó una de las ilustraciones del libro. Era el dibujo de un grupo de habitantes del reino en una  plaza; llevaban tanto tiempo dormidos que la hiedra había crecido sobre ellos y los espinos lo cubrían todo. Siempre me ha parecido una imagen fascinante.

            Bueno, pues así imagino Babel cuando yo muera. Un lugar silencioso y solitario que, en vez de hierba y espinos, se irá cubriendo poco a poco con el spam que suele llegar en sucesivas oleadas. Una foto ajada del pasado, un melancólico epitafio, una ruina.

            ¿Por qué me pongo tan fúnebre? La última entrada de Planells fact & fiction es del 30 de noviembre de 2011. Porque Juan Carlos Planells, su gestor, murió tres días después de publicarla, el 3 de diciembre, de un ictus cerebral. Es decir, su blog lleva más de dos años ahí, detenido en el tiempo, como el reino de la Bella Durmiente.

            ¿Y quién demonios era Juan Carlos Planells? Un fan de la ciencia ficción, uno de los más activos en su momento. Conocía su nombre desde los años 80, había leído algunos de sus cuentos y artículos, pero no le conocía personalmente. Hará unos cinco años, leí unos textos suyos sobre mi padre y su obra. Eran excelentes, muy documentados, pero contenían un par de errores, así que le escribí un mail que él, amablemente, contestó agradeciéndome la información. Ese fue todo el contacto que tuvimos.

            Planells fue uno de los nombres más señalados de la microhistoria del fandom CF español; lo cual, no nos engañemos, es muy poca cosa. No recuerdo ninguno de sus cuentos, y no he leído su única novela publicada, El enfrentamiento, así que ignoro qué tal escritor era. Según dicen, no demasiado bueno, pero con destellos de calidad. No lo sé. Ahora bien, lo que sí sé es que era un excelente articulista.

            Hace años, no sé cuántos, descubrí su blog y me hice adicto a él. Planells fact & fiction no trata sólo, ni principalmente, de ciencia ficción, sino sobre cine, novela negra, música pop, series de TV, sobre la propia vida de su autor... Es el mejor blog de cultura popular que conozco y por eso, pese a la desaparición de su gestor, sigue ahí, entre los universos paralelos. Un universo muerto, pero que vuelve a vivir cada vez que alguien lo lee.

            Más tarde, después de su muerte, supe algunas cosas más acerca de Planells, y no eran muy alegres que digamos. Por lo visto, murió solo, pobre, sin trabajo y desesperanzado. Tenía 61 años. Su historia, lo poco que sé de ella, me conmovió más de lo normal, porque me recordó la historia de mi hermano Eduardo (que ya narré en Babel). Si alguien quiere saber algo más sobre Planells, le recomiendo que lea la excelente semblanza que escribió Juanma Santiago, y a la que puede acceder pinchando AQUÍ.

            Siempre me han gustado los finales tristes; pero en literatura, no en la vida real. Qué le vamos a hacer. En cualquier caso, Planells fact & fiction es un blog excelente, absolutamente imprescindible para cualquier interesado en la cultura popular. No dejéis de visitarlo antes de que se cubra de hiedra y espinos.