lunes, mayo 21

La ciencia ficción y yo (y VII)


Nunca he sido aficionado a la fantasía épica (fantasy) ni a los “relatos maravillosos”. Fui incapaz de pasar de la página 50 de El señor de los anillos, no pude con Conan ni con Terramar, desistí de leer Canción de hielo y fuego a mitad del primer volumen. Esa clase de relatos me aburren, me desconecto de ellos (el único fantasy que me ha gustado es Nueve príncipes de Ámbar, de Roger Zalazny, pero no así sus continuaciones). Ojo, no digo nada peyorativo acerca de ese género, ni mucho menos; es una cuestión personal, un problema de mi paladar literario. El caso es que, según creo, hay dos razones por las que no me interesa el fantasy. En primer lugar, porque propone mundos que nada tienen que ver con mi realidad. Son creaciones arbitrarias situadas en un pasado ficticio, o en un futuro con apariencia de pasado. Y eso no es un defecto, ni mucho menos, pero la ruptura de lazos con la realidad a mí me desconecta. La segunda razón es más importante: la cf necesita, por naturaleza ofrecer apariencia de verosimilitud, pero el fantasy no. De hecho, el fantasy puede permitirse el lujo de ser incoherente con sus propios postulados o sacarse ases de la manga, porque su propuesta estética y estructural es muy diferente a la de la cf. Y eso a mí también me desconecta.


Pero volvamos a la cf. En mi opinión, la buena cf no habla del futuro, sino del presente. Al escribir 1984, Orwell no intentaba predecir un estado futuro, sino criticar la Rusia soviética de su tiempo; y, de igual modo, en Mercaderes del espacio Pohl y Kornbluth no estaban haciendo un ejercicio de prospectiva, sino una sátira sobre el mundo de la publicidad de los años 50. Incluso obras situadas en un futuro lejanísimo, como Los señores de la Instrumentalidad, de Cordwainer Smith, eran en realidad metáforas sobre el presente. La mejor cf escrita hasta, digamos, la década de los 70, estaba profundamente vinculada a nuestra realidad y contaba con una estimulante vertiente humanista, encabezada por el gran Ray Bradbury. Por supuesto, había mucha cf popular, mucho space opera (aventuras espaciales tipo Star Wars), y también muchísima cf mala de cojones. Pero vamos a centrarnos en lo bueno, en la cf de mayor nivel.


Ahora echémosle un vistazo a cómo funcionaba la cf anglosajona hasta los 60. Todo giraba en torno a las revistas especializadas (Amazing, Astounding, Galaxy, etc.); las colecciones de libros (en rústica) vinieron después. La cf era muy minoritaria, un círculo reducido y estanco (el fandom) compuesto, en general, por jóvenes. Las revistas y las colecciones no vendían mucho, pero eran rentables y seguras, pues contaban con un público lector muy fiel. Así que las editoriales no le prestaban especial atención al género y ponían al frente de sus publicaciones a aficionados especialmente activos surgidos del fandom. La cf, por así decirlo, iba por libre. Los escritores, que también surgían del fandom, eran jóvenes voluntariosos sin la menor formación literaria, así que el nivel medio era bastante cutre.


Pero al cabo de un par de décadas, algunos de esos escritores aficionados, los más talentosos, maduraron y poco a poco fueron escribiendo mejor literatura. Y ahí viene lo bueno; como escribían en y para un entorno cerrado sin influencias ni presiones externas, podían escribir lo que les saliese de las narices. Y eso hicieron, generando una rica variedad de temáticas y abriendo nuevos senderos en la literatura. Pero eso cambió en los 60. Durante esa década, inesperadamente, dos novelas de cf se convirtieron en best sellers masivos: Forastero en tierra extraña, de Heinlein, y Dune, de Frank Herbert. De repente, las editoriales descubrieron que la oveja rara de su rebaño, la cf, podía ser un buen negocio. Y comenzaron a intervenir.


Al mismo tiempo, como dije en un post anterior, en los 60 nació la New Thing, un movimiento orientado a mejorar la calidad literaria de la cf y a explorar nuevos senderos temáticos. El fandom, los aficionados más devotos que sostenían económicamente las revistas y las colecciones especializadas, le dieron la espalda a ese movimiento y sobrevino una crisis en la cf. Al mismo tiempo, fue por entonces cuando el gusto de los lectores comenzó a derivar de la cf al fantasy, una tendencia que se consolidó en la siguiente década. Son muchos los motivos que explican esto, pero me centraré en uno de ellos: el futuro estándar diseñado por la cf estaba fundamentalmente orientado hacia el espacio exterior. Pero eso no ocurrió realmente; la humanidad llegó a la luna en 1969 y, acto seguido, se acabaron los viajes transorbitales. El público perdió interés en el programa espacial, un interés que sólo resurgió puntualmente con los accidentes del Challenger y el Columbia, lo que no es precisamente publicidad motivadora. Y del mismo modo en que perdía interés en el programa espacial, el público comenzó a desentenderse de una literatura que había puesto su principal foco en el espacio.


La cf se encontraba en un atolladero. La dignificación literaria iniciada en los 50 y consolidada con la New Thing, había sido ignorada por la cultura oficial y despreciada por el núcleo fuerte de los aficionados. De modo que por ahí no se podía ir. Volver a lo de antes, la cf de los años 40, no tenía sentido, pues ese camino parecía agotado. Entonces, ¿qué? En la década de los 80 se produjo una pequeña revolución en el género con la publicación de Neuromante (1984), de William Gibson, la novela que inauguró el ciberpunk. Este movimiento se centra en un futuro cercano regido por las grandes corporaciones y dominado por la informática y la realidad virtual, un mundo de alta tecnología y bajo nivel de vida, todo ello usualmente mezclado con toques de novela negra. El ciberpunk explotó en el seno de la cf con tanta fuerza que se expandió más allá de las fronteras del género y se instaló en la corriente general de la cultura popular, sobre todo gracias al éxito de películas como Matrix. Parecía que, finalmente, la cf había encontrado su camino.


Sin embargo... He dicho que el germen del ciberpunk fue Neuromante, pero ¿cuál fue el germen de Neuromante? Una película, Blade Runner (1982), de Ridley Scott. ¿La recordáis? Una historia de futuro cercano (está situada en 2019) sobre inteligencia artificial, protagonizada por un detective al estilo noir, en un mundo dominado por megacorporaciones, con una sociedad empobrecida, superpoblada y multicultural. Es decir, exactamente la misma temática y el mismo escenario que dos años después escogió Gibson para su novela, la misma temática y el mismo escenario que ha venido empleando el ciberpunk desde entonces.


Entended lo que digo: Gibson no se basó en la novela de Philip K. Dick que dio origen a Blade Runner (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?). Se basó en la película de Scott, en su estética y en su atmósfera (de rebote también tomó el tema básico de Dick: ¿qué es real?). O sea que el ciberpunk no es tanto un concepto como un escenario. Y a la larga, la repetición constante del mismo escenario acaba cansando. Veréis: en mi opinión, Neuromante es una obra maestra, pero todo lo que ha escrito Gibson después me parece más de lo mismo, igual que me parecen más de lo mismo las obras ciberpunk que se han publicado después. Con la excepción de la divertidísima Snow Crash (1992), de Neal Stephenson. Pero es que Snow Crash es en realidad una sátira sobre el ciberpunk. Por así decirlo, Neuromante es el alfa y Snow Crash el omega. En lo que a mi respecta, he acabado aburrido de la realidad virtual, las inteligencias artificiales, el ciberspacio y todos esos tópicos que ya se me antojan demasiado manidos. (Atención los suspicaces: estoy dando una opinión personal, no haciendo una crítica objetiva, así que contad hasta diez antes de prender una pira bajo mis pies). En cualquier caso, el ciberpunk perdió su carácter innovador y se instaló como una corriente más en el corpus de la cf. Hoy en día, me parece, anda un tanto alicaído. Ahora bien, aparte de ese movimiento, ¿qué más ha pasado en la cf?


Gran parte de los autores de la New Thing abandonaron el género y/o se refugiaron en la fantasía épica. Los nuevos escritores, surgidos como siempre del fandom, se encontraron con un género en declive, sin rumbo claro y acosado, de una parte, por su principal rival, el fantasy, y de otra por la cf más comercial, aquella que se basa en franquicias fruto del marketing editorial, como Star Wars, Star Trek, Halo o los pastiches de Dune. ¿Qué hicieron? Pues, en vez de procurar abrirse a la línea general de la literatura (como había intentado la New Thing), volvieron la mirada hacia dentro, comenzaron a construir sus relatos basándose, no en su realidad, sino en el corpus de la propia cf. Construyeron ficciones cimentándolas sobre ficciones. Es decir: se volvieron auto-referentes.


Cualquier lector de literatura general que no haya leído jamás cf puede disfrutar de obras como Crónicas marcianas, de Bradbury, Muero por dentro, de Silverberg, o Neuromante, de Gibson. Rara vez ocurre así con las actuales novelas del género. Pongamos el ejemplo de Hyperion, de Simmons, una antología de relatos interrelacionados que, en principio, puede ser disfrutada por cualquier lector ajeno al género. Sin embargo, un lector novato no captará que Hyperion es una especie de fresco en el que cada historia corresponde a los distintos subgéneros de la cf. Para degustar al 100 % esa obra hay que conocer muy bien el género. Otro ejemplo es La edad de oro, de John C. Wright, una trilogía que homenajea a la cf de futuro distante y a autores como Cordwainer Smith, Wolfe o Delany. A mí me gustó, pero estoy seguro de que cualquier lector sólo un poquito menos friki que yo abandonaría la lectura a la tercera página con un intenso dolor de cabeza. Si no tienes los referentes adecuados, no te enteras de nada.


Ese es uno de los grandes defectos de la cf actual: la auto-referencia. Los autores no parten de su realidad, sino de realidades inventadas por otros escritores. Pero no es el único defecto: el barroquismo es otro, y no menos importante. Al hablar de “barroquismo” no me refiero a la prosa, sino a los conceptos. De algún modo, parece que actualmente cada novela agota los puntos de partida en que se basa, de modo que otro autor no puede volver a ellos con diferentes personajes y argumentos, sino que debe añadir complejidad, vueltas de tuerca a lo que ya eran vueltas de tuerca. Al mismo tiempo, parece que hay que llenar los textos de “ideas sorprendentes”. El problema es que para mentes frágiles, como la mía, demasiadas “ideas sorprendentes” (y en realidad irrelevantes) juntas hacen que me desentienda rápidamente del texto.


Así pues, en la cf actual, al igual que me ocurre con el fantasy, no encuentro ningún lazo con mi realidad y, por tanto, me aburre y me desinteresa con rapidez. Son algo así como construcciones abstractas y farragosas (ahora, las novelas de cf suelen ser muy largas y, gracias al método de “inmersión”, escasamente comprensibles en muchas ocasiones) en las que me da una pereza enorme entrar, porque sé (estadísticamente) que el esfuerzo que me supondría su lectura difícilmente se verá compensado. Hoy en día, las novelas de futuro cercano suelen ser exclusivamente ciberpunk; por lo demás, lo que impera es la cf hard (basada en las ciencias duras), la cf de futuro distante y los space operas de siempre, sólo que mucho más enrevesados. Nada de eso me interesa demasiado.


Hace tiempo, hablando de la decadencia del género, un fan de la línea dura me espetó que hoy en día se escriben mejores novelas de cf que antes. Entiendo su punto de vista; es cierto que hoy el acabado formal de las novelas es más correcto que antes, pero de poco importa eso si el contenido resulta decepcionante. Además, muchos de esos nuevos autores han pasado por talleres de escritura (como el famoso Clarion), lo que hace que todos tengan estilos similarmente planos y sosos.


Por supuesto, estoy hablando en general y habrá muchas excepciones; no solo no lo dudo sino que estoy seguro de que en los comentarios saldrán a la luz. Tampoco pretendo hablar sentando cátedra; me limito a expresar una opinión basada en gustos personales. En cualquier caso, creo que ya nadie duda de que la cf es un género en declive o, al menos, en horas bajas. Me estoy refiriendo, debo aclararlo, al género-género; es decir, aquel que brota de las revistas y colecciones especializadas. Porque cada vez hay más autores de literatura general que hacen incursiones en la cf, como Cormac McCarthy con su prodigiosa La carretera. Supongo que, poco a poco, el género irá saliendo del ghetto e incorporándose a la corriente general, pero eso es otra historia.


El caso es que echo en falta una cf más vinculada a la realidad, al presente, por mucho que se desarrolle en un futuro. Echo en falta una cf más humanista, en la línea de Bradbury, Simak o Zelazny. Echo en falta una cf arriesgada y comprometida, como la que hicieron en su momento Pohl, Bester o Spinrad. Echo en falta una cf ambiciosa temática y literariamente, como la de Ballard o Disch. Echo en falta una cf cimentada en la literatura y la cultura general, no exclusivamente en su propio corpus. Y también echo en falta una cf traviesa y festiva que jugaba con ideas estrafalarias sin tomarse demasiado en serio a sí misma. Esa es la cf que me gustaba y que ahora rara vez encuentro.


Disculpad la longitud del post, pero quería acabar de una vez con este tema. Tras una breve pausa autopromocional, en la/s siguiente/s entrada/s expondré algo que quizá, por fin, os resulte de alguna utilidad: mi particular canon del género. Por lo demás, después de muchos años he vuelto a escribir cf. La isla de Bowen por un lado, que es cf a la antigua usanza, pero cf a fin de cuentas; La estrategia del parásito, una novela juvenil de la que os hablaré en la próxima entrada, y Naturaleza Humana, una novela corta de cf (aún inédita) que es mi primer relato ambientado en el futuro.


Debo de ser como esos asesinos que, por algún extraño motivo, siempre regresan al escenario del crimen.



viernes, mayo 11

La ciencia ficción y yo (VI)



La cf española tiene escasa historia. Los referentes más lejanos (todos ellos del XIX) quizá sean Nilo María Fabra, José de Elola o Enrique Gaspar, que se adelantó a Wells imaginando la primera máquina del tiempo; y, ya a comienzos del XX, Jesús de Aragón, a quien llamaban el “Verne español”... porque imitaba a Verne. En 1953, mi padre, José Mallorquí, promovió y coordinó la Colección Futuro. Su propósito era editar en nuestro idioma las mejores obras de cf anglosajona del momento, pero como no había pasta para conseguir los derechos, mi padre las reescribió, publicándolas con seudónimos. Ese mismo año, Pascual Enguídanos (bajo el nombre George H. White) comenzó a publicar la Saga de los Aznar, una larga serie de “novelas de quiosco”.



En fin, hubo otras aportaciones aisladas por parte de escritores como Agustín de Foxá, Pedro Salinas o (y sobre todo) Tomás Salvador. Luego llegaron los escasos autores que comenzaron a publicar en la colección Nebulae, como Antonio Ribera, Carlos Buiza, Juan Atienza o Domingo Santos (aunque éste destacó más en calidad de editor que de escritor). Más tarde vino el grupo formado en torno a la revista Nueva Dimensión, con nombres como Carlo Frabetti, Juan Carlos Planells, Luis Vigil, Gabriel Bermúdez, Enrique Lázaro o Rafael Marín, quien quizá fue el primer autor surgido del fandom que aportó calidad literaria a la cf autóctona.


Tras desaparecer Nueva Dimensión, la cf española entró en crisis, así que toda la actividad se concentró en los fanzines, las revistas de aficionados (en papel; Internet todavía no era nada). En ese entorno comenzó a publicar Elia Barceló, la segunda figura literaria del género en nuestro país. Y no debo olvidarme de Juan Miguel Aguilera que, a finales de los 80, escribió junto con Javier Redal un clásico de la cf española: Mundos en el abismo. Fue precisamente en los fanzines donde yo inicié mi carrera de escritor. A mucha honra.


A principios de los 90 había pocas colecciones y publicaciones de cf. Sin embargo, la actividad del fandom era muy intensa. Había muchos fanzines, muchas reuniones, muchas asociaciones y, también, tertulias. Cuando gané el Premio Aznar, debía recogerlo en la Hispacon del 91, que se celebró en Barcelona, pero no asistí. De modo que, un tiempo después, quedé con Julián Díez (a quien no conocía) para que me entregara la placa. Julián me cayó muy bien y acepté su invitación a participar en la Tertulia Madrileña de CF (TerMa), que se reunía los jueves en la cafetería Alameda del paseo de Recoletos. Así, después de veinte años, volví a entrar en contacto con el fandom.


Pero ya no era el fandom que había conocido en los 70. Para mi sorpresa, me encontré con un grupo de gente culta, aficionada a la cf, pero también a la literatura general, gente interesante, estimulante y divertida. Los muy cabrones eran mucho más jóvenes que yo, pero nadie es perfecto. El caso es que comencé a participar en las reuniones de la TerMa y poco a poco fui entrando en el fandom. Por aquel entonces, había muchísimos premios de relato corto, y aquello me pareció un medio excelente para ir afinando mis habilidades narrativas (si es que las tenía). Aunque durante mi etapa de publicitario no había escrito nada, sí que había acumulado unos cuantos argumentos e ideas para relato (no sé por qué lo hacía; supongo que para pasar el rato). Dos de esas ideas se transformaron en mis siguientes cuentos: El rebaño y La pared de hielo (con este último gané el premio Alberto Magno).


Fue paradójico; comencé a escribir cf cuando ya apenas leía cf. No obstante, lo hice a mi modo. En primer lugar, renunciando al “futuro”. Todos mis relatos transcurrían en el presente, o en un futuro muy cercano indistinguible del presente. En segundo lugar, españolizando las historias. Por entonces, muchos escritores españoles de cf (en su mayor parte aficionados) tendían a copiar los modelos anglosajones, lo que les llevaba incluso a situar sus historias en entornos anglosajones. Yo encabecé una pequeña cruzada en contra de esa tendencia, sosteniendo que la cf española sólo cobraría entidad cuando adquiriese una “voz propia”. No era el único que pensaba eso y, al final, fue el criterio dominante.


Por aquel entonces, durante los 90, hubo una eclosión de la cf española con la aparición de un grupo de autores (y editores) que renovó el género en nuestro país. A los nombres de Marín, Barceló y Aguilera, que seguían (y siguen) en activo, se añadieron Rodolfo Martínez, Javier Negrete, León Arsenal, Eduardo Vaquerizo o Armando Boix, entre otros. Y también éste vuestro seguro servidor, el más añoso de todos. Durante la primera mitad de los 90 gané los principales premios de relato que había por entonces. El que más me costó fue el UPC de novela corta, el más prestigioso en aquel momento. Y aquí no puedo dejar de referirme a Miquel Barceló, el promotor del premio y uno de los impulsores clave de la cf autóctona; en gran medida, a él se debe la eclosión de los 90. El caso es que gané el UPC a la tercera intentona, con El coleccionista de sellos, una (pseudo) ucronía ambientada en el Madrid del final de la Guerra Civil. Aparte de ese título (que, por cierto, acaba de ser reeditado), mi producción de cf fue escasa; se limitó a otra novela corta, La vara de hierro, la antología El círculo de Jericó y un puñado de cuentos dispersos aquí y allá.


Entre todos esos relatos, hay uno –sólo uno- que me gustaría comentar: la novela corta La casa del doctor Pétalo, que aparece en la antología El círculo de Jericó. Durante mucho tiempo, cuando me preguntaban al respecto, solía contestar que ese relato es lo mejor que he escrito en mi vida. Ahora no sé si es lo mejor, pero sigo convencido que es mi texto más inspirado. La historia de su gestación es curiosa. Al principio, sólo tenía un nombre: “doctor Pétalo”, y durante meses lo repetía en ocasiones mentalmente, como si recitase un mantra. Al cabo de un tiempo le añadí algo más: “La casa del doctor Pétalo”. Me pareció un buen título para un relato, salvo por el hecho de que no tenía relato. Así que dejé ese título flotando en mi mente, en stand by.


Semanas después, un sábado por la tarde, estaba en el salón de mi casa con mi mujer y una de mis cuñadas. De pronto, sin venir a cuento, me hice mentalmente una pregunta: ¿Qué tiene de especial la casa del doctor Pétalo? Y entonces, como un torrente, en menos de cinco minutos, me vino a la cabeza el argumento, la trama, los personajes, hasta el menor de los detalles de una historia sobre la que no había reflexionado ni un segundo. Nunca antes me había ocurrido ni me ha vuelto a suceder. Todos mis argumentos surgen de una pequeña idea que va creciendo poco a poco conforme medito sobre ella y la trabajo, pero la historia de La casa del doctor Pétalo apareció de repente, totalmente desarrollada y estructurada. ¿De dónde vino? No tengo ni idea. Pero gracias por el regalo.


Aquel sábado tuve que correr en busca de lápiz y papel para apuntar todo lo que se me había ocurrido de repente. Posteriormente, escribí la historia de forma frenética, sintiéndome más un transmisor que un creador. Cuando acabé, presentí que había escrito algo valioso. Una versión de la Bella y la Bestia en clave de cf (aunque ambientada en el presente), un relato melancólico sobre la soledad, el amor, la pérdida y la memoria. Creo que es un muy buen relato; y me puedo permitir la falta de humildad de decirlo porque no me considero del todo su autor. Creo que sólo fui su médium.


Volviendo al UPC, tras ganarlo decidí dejar de escribir cf y alejarme del fandom. Había varios motivos; en primer lugar, la cf (la anglosajona; es decir, la corriente principal) había tomado un rumbo que no me interesaba lo más mínimo. Ya no leía cf; por tanto, ¿qué sentido tenía escribirla? En segundo lugar, el fandom de aquel entonces tenía cosas muy buenas, pero también algunas muy malas. Por ejemplo, las rencillas; especialmente entre los aficionados de Barcelona y los de Madrid. Daba igual si ibas de por libre y no te metías en nada; bastaba con ser amigo de la persona “inadecuada” para que te declararan la guerra. Una jaula de grillos. Además, el fandom es un lugar fantástico para velar tus primeras armas de caballero literato, pero no es un sitio para quedarse. Así que desaparecí del mapa, aunque, por supuesto, he mantenido la amistad con la mayor parte de aquellos aficionados de los 90 (muchos de los cuales también acabaron abandonando el fandom). En último lugar, por entonces ya había publicado dos novelas juveniles con bastante éxito. Cabía la posibilidad de dedicarme profesionalmente a la escritura, pero para conseguirlo tenía que centrarme y dejar de lado géneros tan minoritarios como la cf.


A partir de ese momento, creo que sólo escribí tres o cuatro cuentos más de cf (todos ellos solicitados). De hecho, dejaron de ocurrírseme ideas relacionadas con ese género. Tampoco escribí novelas juveniles de cf, aunque sí de fantasía (o, más bien, con elementos fantásticos). Mi ruptura con el género fue total.


Y no os creáis que no lo lamenté: fue como perder a un viejo y querido amigo.


martes, mayo 8

La ciencia ficción y yo (V)



Tras la depresión político/económica de las anteriores entradas, volvemos a mi serie sobre la ciencia ficción (cf). Ya sé que a muchos merodeadores les importa un bledo este asunto, así que procuraré abreviar. Antes de nada, conviene comentar un par de cuestiones que quizá debí aclarar al principio:


Tres cosas que no es la cf: 1. Futurología. La cf no intenta predecir nada, y cuando lo hace es por pura casualidad. A decir verdad, la cf ni siquiera tiene que tratar sobre el futuro; suele hacerlo, es cierto, y puede que ese recurso al futuro sea condición suficiente para que un relato sea incluido en el género, pero no una condición necesaria. Hay muchas historias de cf ambientadas en el presente o el pasado (por ejemplo, Más que humano, de Sturgeon, o El prestigio, de Priest). 2. Divulgación científica. La cf no tiene por qué centrarse en asuntos científicos; de hecho, puede ser profundamente acientífica. 3. Literatura de “ideas”. Con frecuencia, los más “fundamentalistas” del género, afirman que el principal baremo para medir la calidad de un relato de cf reside en las “ideas” que contiene. No es cierto; las ideas son importantes, sí, pero una magnífica idea mal escrita es un mal relato.


Tres cosas que sí es la cf: 1. Literatura. 2. Literatura. 3. Literatura. ¿Está claro? La cf es un género literario que debe ser juzgado del mismo modo que cualquier otro género. Y ahí llegamos al meollo, al tuétano, a la raíz del problema. La cf nació, en sus más lejanos orígenes, de la literatura popular (novela gótica, primero, y de aventuras después), y se consolidó en el contexto del pulp, es decir, lo más tirado, el máximo exponente de la basura literaria. Para los bienpensantes guardianes de la cultura, la cf estaba y está manchada por un pecado original. Además, las primeras películas de cf eran, en su mayor parte, no solo deplorables sino también ridículas, lo cual no ayudó precisamente a mejorar la imagen del género.


La verdad es que durante las tres o cuatro primeras décadas de su historia moderna, la cf fue, en general, bastante cochambrosa en los aspectos literarios. La mayor parte de los autores habían sido fans del género que dieron el paso a la escritura a través de las revistas especializadas. Eran entusiastas y voluntariosos, y muchas veces tremendamente imaginativos, pero más interesados en las “ideas”, las tramas y las peripecias que en la carpintería narrativa o la prosa.


Eso comenzó a cambiar en los años 50, cuando la cf alcanzó cierto grado de madurez; pero la tendencia se consolidó durante la década siguiente, con la llegada de la New Thing, un movimiento, surgido en Inglaterra, que pretendía cambiar drásticamente el género. La New Thing proponía abandonar las “ciencias duras” (física, química, biología, matemáticas...), que hasta entonces habían monopolizado las temáticas de la cf, y centrarse en las “ciencias blandas” (psicología, sociología, lingüística...). También promulgaba dejar de lado el espacio exterior y sumergirse en el espacio interior del ser humano. Y prestar mayor atención al acabado literario. Y experimentar.


Con la New Thing, el género alcanzó su mayor grado de madurez literaria y temática. Y también se pegó una costalada de cuidado. Durante ese periodo surgieron autores magníficos que escribieron obras originales, comprometidas y exigentes. Demasiado originales, comprometidas y exigentes, me temo. Porque la New Thing supuso una terrible paradoja: consiguió que la cf se volviera más ambiciosa literaria y temáticamente, pero la cultura oficial siguió ignorando al género. Y, al mismo tiempo, el fandom, el núcleo duro de aficionados -que era el sustento económico de las colecciones y revistas de cf-, pasaba en redondo de la calidad literaria; quería lo de siempre, sus aventurillas espaciales y sus “ideas” chocantes. Así que la cf dejó de vender y la New Thing se fue a la mierda (Parte de la culpa también corresponde a la experimentación que proponía el movimiento. Experimentar, cuando no sale bien, es chungo; y la mayor parte de las veces no salía bien). Creo que fue en ese momento cuando los gustos de los lectores comenzaron a derivar de la cf al fantasy.


Pero ahora, de momento, estamos en los 70. En esa década se publicaron en España muchas y muy buenas obras de cf, y además teníamos Nueva Dimensión, la mejor y más duradera revista del género en nuestro país. Por aquel entonces se produjo mi primer contacto con el fandom. Como ya he dicho, los aficionados a la cf suelen ser muy dinámicos y participativos. Entre sus actividades se cuentan las convenciones de aficionados, llamadas “hispacones”. La primera se celebró en Barcelona, en 1969. Durante los 70 hubo cinco (cuatro de ellas en Madrid) y yo, la verdad, ya no sé si asistí a una o a dos de ellas. Estoy seguro de que participé en la de 1978, pero tengo vagos recuerdos de otra... No sé, da igual; el caso es que participé en una o dos hispacones durante los 70. Eran reuniones con escaso número de asistentes y una gran pobreza de medios. Y yo saqué una conclusión muy clara: aquella gente estaba como una cabra. Algunos, incluso, parecían confundir realidad y fantasía. Me sentía como si me hubiese colado en la reunión de una secta, o algo así. De modo que durante veinte largos años no volví a tener contacto con el fandom ni a participara en otra hispacon.


A finales de los 70, harto de narrar mal, abandoné mis torpes intentos de escritura. Poco después tuve que hacer la muy atrasada mili. Cuando salí del ejército, abandoné también el periodismo y comencé a trabajar en publicidad. Eran los 80. Durante aquella década cada vez leía menos cf. Supongo que, por un lado, mis gustos estaban ampliándose y cambiando; pero, por otro, la cf también había cambiado. Los mejores autores de los 50 habían desaparecido o estaban en decadencia, mientras que la “generación new thing” se hallaba dispersa o dimitida. La mayor parte de las nuevas figuras del género (Bear, Scott Card, Stanley Robinson, Brin, Bujold...) carecían de interés para mí. Entonces aún no lo sabía, pero la cf estaba entrando en decadencia.


A principios de los 90 sufrí una crisis personal: la publicidad me estaba volviendo loco. Harto de ese trabajo, empecé a buscar nuevas perspectivas laborales, como por ejemplo los guiones audiovisuales. Ahí comenzó un proceso de aprendizaje narrativo del que ya he hablado en otra ocasión. Y un buen día me llegaron por correo las bases de un concurso de relatos de cf convocado por la Asociación Española de Fantasía y CF, el premio Aznar (llamado así en honor a una vieja saga española de cf, no por el enano bigotudo). ¿Por qué no participar?, me dije.


Escribí un cuento llamado El mensaje perdido. Para ello, cogí una vieja idea que había tenido en los 70 y la mezclé con el último cuento que escribí, a comienzo de los 80, antes de colgar la máquina de escribir (el cuento se llamaba –es raro que me acuerde- Amor en mal estado). El relato está protagonizado por Gedeón Montoya, un gitano del Sacromonte que, al nacer, es alcanzado en la cabeza por una comunicación extraterrestre, lo que le vuelve omnisciente. La historia narra el procesó por el cual Gedeón pasa de ser un bicho raro, prácticamente autista, a convertirse en humano gracias a un amor imposible. El relato está escrito de una forma peculiar, por un procedimiento que podríamos llamar de collage. La narración está constantemente mezclada con fragmentos de información que parecen tener una relación muy colateral (o nula) con la historia, aunque al final contribuyen a darle sentido.


Este relato cuenta con firmes defensores y con radicales detractores. La verdad es que, de todos los que he escrito, es el que menos suele gustar. Aún así, estoy satisfecho de él. Me parece un experimento no del todo fallido. Sea como fuere, gané el concurso. Sólo una placa, sin pasta. Pero fue un incentivo para seguir escribiendo y también mi segundo contacto, después de dos décadas, con el fandom, el reino de los aficionados.


Pero de eso hablaré en la próxima entrada.