jueves, abril 27

Poema ciclista de J. M. M. opus nº 3










Jornada de descanso
De José María Moreno

Besos de soledad, besos de duende,
(¿besos de nadie?): tan emocionantes.
Besos en soledad-de-la-de-antes,
besos de niño atónito que enciende

un castillo de fuegos en su mano.
(Se abrasará). Besos de hiedra amarga,
besos de lluvia de verano, larga,
besos de viento largo de verano.

En la noche se funde una inconcreta
forma de estaño, plomo y antimonio,
inquieta, sucia, alegre como un cerdo.

Mañana, cuando corra en bicicleta
contra el reloj... (¡qué va!: contra el demonio
chuparruedas -¡tus besos!- del recuerdo).

miércoles, abril 26

Es o no es

No puedo dejar de comentar el extraordinario talento que derrocha mi amada serie House. Anoche, como todos los martes, me senté ante el ojo del cíclope y me tragué sin pestañear dos episodios. El segundo de ellos, Es o no es, era sencillamente deslumbrante, quizá la ficción televisiva más políticamente incorrecta que he visto. En menos de cincuenta minutos, el doctor House conseguía derramar toneladas de vitriólica ironía sobre A) Los negros, B) Las ONG’s y sus dirigentes, C) La mortandad en el tercer mundo. ¿Pero es que no hay nada sagrado para nuestro galeno cojo? Afortunadamente, no.

Y eso me lleva a reflexionar sobre los americanos. Qué gente más extraña, ¿verdad?, qué pueblo tan paradójico. A veces, tengo la sensación de que son dos naciones diferentes mezcladas de forma confusa. La nación más grande está formada por paletos desinformados, militares, fundamentalistas cristianos y tele predicadores. Esa nación tiene un ejercito cuyo presupuesto es superior a la suma de los gastos militares de los diez países que le siguen en el ranking. Sus habitantes son obedientes, incultos, patriotas hasta la médula, leen libros de autoayuda, son en general políticamente correctos y muy gregarios. La otra nación, más pequeña, es escéptica, crítica consigo misma, muy creativa e inquieta. Sus ciudadanos son cultos, pragmáticos, muy emprendedores y poseen una gran formación profesional y/o académica. Dos naciones; sólo así se explica que en un mismo país se produzcan series de TV tan antitéticas como, por un lado, (la a mi modo de ver profundamente estúpida) Friends y, por otro, House. Y que ambas tengan éxito. Esto mismo, por supuesto, puede aplicarse a cualquier otro producto cultural.

Y es que, sin duda, hay muchas razones para denigrar a los americanos, es cierto; pero también hay otras muchas para admirarlos.

Volvamos a House. Uno de los motivos por los que nos fascina el personaje es porque a todos nos gustaría hacer y decir las cosas que él hace y dice, pero no nos atrevemos. Manifestar la verdad con toda crudeza, expresar las auténticas opiniones sin importar el efecto que causen en los demás, ser absolutamente sincero... Eso, en nuestra cultura –y probablemente en todas las culturas- es un pecado. Como el mismo House dice: los pacientes mienten. Pero se queda corto: todos mentimos. Siempre.

Por cierto, algo que me sopló Big Brother (mi hermano) hace poco. Se trata de uno de los paralelismos entre el cáustico doctor y Sherlock Holmes:

House = casa
Ho(l)mes = hogares.

Bueno, basta ya de refocilarnos con la televisión. Sólo un último consejo: si no visteis ayer Es o no es, no os lo perdáis cuando lo repongan.

martes, abril 25

Poema ciclista de J. M. M. opus nº 2










Coche escoba
De José María Moreno

Rodar juntos (un sueño) entre trigales.
(Zülle en La Plagne: espléndido). Y el alto
cielo que nos devora, y el asfalto,
hiedra gris enredada en los pedales.

Rodar. Sentir vacía la cabeza.
Parar porque nos vence la fatiga.
(Quejas de desamor). Quieres que siga.
(Si tú lo dices: desamor, pereza).

Pero, mi amor, no has dado ni un relevo
y se está bien tendido en la cuneta.
Dices: “quiero seguir... no sé... no debo,

no puedo amarte... no lo sé... es tan raro...”
Vale: he dormido con mi bicicleta
más veces que contigo. Aquí me paro.

lunes, abril 24

La tormenta en un vaso

Ayer se inauguró oficialmente La tormenta en un vaso (http://www.latormentaenunvaso.blogspot.com/), un blog de crítica literaria que ha impulsado esa fuerza de la naturaleza llamada Care Santos. En realidad, se trata de un blog de recomendaciones literarias, pues la idea es no poner a parir ninguna obra, lo cual implica que sólo se criticarán aquellos libros que nos gusten.

Habréis notado, perspicaces lectores, que hablo en plural; esto es así porque formo parte del colectivo de casi cincuenta comentaristas que, bajo la denominación Banda Aparte, se ocuparán de recomendar libros urbi et orbi. Me apresuro, no obstante, a aseguraros que yo soy el único error en ese, por lo demás, brillante conjunto de intelectuales. Permitidme ahora reproducir las palabras de presentación que aparecieron ayer en el blog de Care (http://silencioeslodemas.blogspot.com/)

Hoy comienza una aventura largamente acariciada.
La tormenta en un vaso es una página de recomendación de buenas lecturas, realizada gracias al entusiasmo y al criterio de una cincuentena de personas, casi todos escritores, aunque también profesores y críticos. Hoy, día del libro, aterrizamos en la red con nuestra declaración de intenciones y algunos apoyos amistosos. A partir de mañana, nuestra bitácora para lectores hambrientos dará mucho que hablar.
Feliz tormenta, navegantes”.

Y ahora, antes de despedirme, una disculpa. Sé que debería incluír ahí, a la derecha, un montón de links con otros blogs y, en concreto, con La tormenta en un vaso. Al principio, no sabía cómo hacerlo, pero el bueno de Llamero me lo explicó con pristina claridad. Lo que pasa es que... me da tanta pereza y cuento con experiencias tan nefastas a la hora de trastear en programas informáticos... Pero lo haré, lo prometo. Palabrita del niño Jesús.

domingo, abril 23

San Libro

Hace poco, hablaba sobre la edición de bolsillo del Soy leyenda de Richard Matheson realizada por Booket, criticándola por sensacionalista, y citaba como prueba de ello el lema que aparecía en la cubierta: “El último hombre sobre una tierra poblada de vampiros”. Esa frase no es mentira, decía yo, pero expresada con tanta crudeza tergiversa el espíritu de la novela, haciéndola parecer lo que no es.

El caso es que hubo algunas opiniones contrarias, pues, según objetaban, las ediciones de bolsillo van dirigidas a un público más amplio, así que resulta lícito darle a esas ediciones un cierto toque “amarillo” que ayude a promocionar y vender los libros de forma lo más masiva posible.

Bueno, pues me han convencido. Así que hoy, día de San Libro, voy a hacer una pequeña contribución a la cultura ofreciendo un puñado de frases promocionales para las ediciones de bolsillo de unos cuantos libros más o menos conocidos.


“Mató a mi padre, se folla a mi madre, me ha arrebatado todo lo que era mío, incluso la cordura. Pero ahora digo ¡basta! ¡Llega el momento de la venganza!”
Hamlet, William Shakespeare

“Un extraño fenómeno sobrenatural lo ha convertido en un horrible monstruo con ojos de insecto. Ahora acecha en la oscuridad, esperándote...”
La metamorfosis, Franz Kafka

“Un día en la vida de un cornudo”
El Ulises, James Joyce

“¡Muere, moro!”
El extranjero, Albert Camus

“Un justiciero enloquecido recorre el país sembrando el caos”
El Quijote, Miguel de Cervantes

“Creían que era una simple excursión, pero la muerte acechaba en las aguas...”
El Jarama, Rafael Sánchez Ferlosio

“Sexo, incesto, celos, traiciones, amor y odio; un culebrón de pasiones desatadas en el calor del trópico”
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez

“¡Construye tu propia novela!”
Rayuela, Julio Cortazar

“Cuando los muertos se alzan de la tumba...”
Pedro Páramo, Juan Rulfo

“En la cárcel cometió dos errores: dejar caer el jabón y agacharse a recogerlo”
El beso de la mujer araña, Manuel Puig


¿Y qué me decís vosotros? ¿Se os ocurre alguna frase sensacionalista para llevar vuestro libro favorito a las masas?

viernes, abril 21

Routier

¿Cuántas personas he conocido a lo largo de mí vida? Ni puta idea; demasiadas, probablemente. ¿Y cuántos amigos he tenido? Tampoco lo sé, pero supongo que no muchos, porque nadie tiene muchos amigos (estoy hablando de amigos de verdad, claro, no de meros conocidos). Ya puestos a preguntar, ¿cuántos amigos he perdido? Pues..., la mayor parte, creo. Es curioso eso de la amistad; no sabes cuándo surge ni sabes cuándo desaparece. Durante un tiempo, mantienes una relación muy estrecha con alguien; luego, de pronto, empiezas a distanciarte sin saber por qué, sin darte cuenta siquiera de que está sucediendo, y un buen día descubres que ese gran amigo tuyo sólo es pasado. ¿Por qué sucede esto? No lo sé; por mil motivos, imagino. Las vidas toman rumbos distintos, la gente evoluciona, las circunstancias cambian...

A decir verdad, muchos de los amigos que pierdes acaban difuminándose, convertidos en reliquias emocionales perdidas en algún recoveco de la memoria. Pero otros..., otros no se van nunca, se obstinan en permanecer; dejas de verles durante décadas, pero siguen dentro de ti, de algún modo siempre presentes. Uno de mis amigos perdidos, pero no olvidados, se llama José María Moreno.

Nos conocimos en el colegio San Alberto Magno, cuando teníamos nueve años, y ya a tan corta edad Josemari era más raro que un terrier a cuadros. Tímido, menudo y de aspecto aniñado, inteligente (mucho, una de las personas más inteligentes que he conocido), culto y extravagante. ¿Un niño culto? Pues sí, más que la mayor parte de los adultos que nos rodeaban. Cuando mis lecturas habituales eran Superman y el Tiovivo, él andaba enfrascado en Tolstoi y Chéjov. Qué gran lector era –y supongo que sigue siendo- el muy hijo de puta. De hecho, Josemari me descubrió a Borges, un maravilloso regalo. En otra ocasión, allá por el año 1966 –él tendría, por tanto, doce o trece años- entramos en una librería y me señaló uno de los libros. “Ese autor es muy bueno”, dijo. El título que estaba señalando era El coronel no tiene quien le escriba, y el autor un por entonces desconocido Gabriel García Márquez. Josemari fue la primera y única persona que me habló de García Márquez antes de Cien años de soledad.

Fuimos íntimos amigos durante todo el bachillerato. Gracias a él logré aprobar en septiembre el examen de latín de tercero, pues me pasó la traducción por debajo de la puerta (era tan bueno con el latín que podía leerlo de corrido, sin diccionario, e incluso creo que llegó a hablarlo), juntos encendimos los primeros cigarros, juntos nos emborrachamos por primera vez. ¿He dicho antes que era raro? Pues no veas su familia... Su padre era... no sé, marciano; un prejubilado que siempre estaba en su casa, sentado en un sillón con un batín, tan silencioso que puedo asegurar que jamás le oí pronunciar más de dos palabras seguidas. Su madre era rara. Sus hermanos eran raros. Uno de ellos, a quien no llegué a conocer, se suicidó con barbitúricos. Mientras moría, iba escribiendo lo que se le ocurría en un cuaderno. Josemari me lo enseñó; resultaba estremecedor ver cómo la letra se iba desfigurando hasta convertirse en una sucesión de garabatos sin sentido. Su casa también era rara, toda llena de muebles viejos, cacharros de laboratorio (su padre era químico) y antigüedades, entre las que destacaban un precioso ma-hong lleno de cajoncitos y un dibujo de Goya. También tenía un poema manuscrito e inédito de Machado dedicado a un tío suyo (un tío de Josemari, no de Machado).

La verdad es que el mundo de mi amigo era extraño y fascinante, muy borgiano. Estoy seguro de que tenía un aleph en la boardilla. En fin, le apreciaba mucho, pero... después de la adolescencia, durante nuestra primera juventud, comenzamos a distanciarnos y, sin darnos cuenta, dejamos de vernos. Una pena.

Hace once años, cuando publiqué mi primer libro –El círculo de Jericó-, Josemari se puso en contacto conmigo y volvimos a encontrarnos. Estaba igual. Se había casado, tenía una hija y trabajaba en la Biblioteca Nacional (el lugar más adecuado para él, sin duda), pero apenas había cambiado. Vino a mi casa por mi cumpleaños y me regaló un volumen encuadernado con varios ejemplares de El Encapuchado, un pulp que compartíamos cuando éramos niños. Qué bonito y nostálgico regalo. Pero también me obsequió otra cosa...

¿He dicho ya que Josemari escribía muy bien? En el colegio, nuestras redacciones siempre competían por obtener la mejor nota. Yo, con el tiempo, me decanté por la narrativa. Él lo hizo por la poesía. Y eso fue lo que me regalo: un pequeño librito con seis poemas en cuya portada aparece lo siguiente: “50 sonetos ciclistas, de los que sólo se publican seis, compuestos por J. M. M. para ofrecer a los amigos, y editados por el autor, en Bulbuente, año de 1995”.

Bueno pues ése es el motivo por el que os he soltado todo este rollo: ayer encontré el pequeño poemario de Josemari y volví a leerlo. Disculpad, pues, este post tan personal, tan poco interesante para vosotros, y permitidme un pequeño desagravio: las poesías de mi viejo amigo. Hoy transcribiré una, la primera, y más adelante irán apareciendo las cinco restantes. Son unos poemas deliciosos, de verdad; pero, para disfrutar plenamente de ellos, debéis tener algo presente: mi viejo amigo Josemari siempre tuvo un gran, y con frecuencia extravagante, sentido del humor.


Routier
De José María Moreno

Viento de frente por la carretera.
(Bugno perdido por el Tour de Francia).
Cincuenta y tres/catorce, y la añoranza
de tu amor con horario de ramera.

(Pantani ha reventado ya dos puertos).
Locura de amapolas los ribazos;
calor; viento, nostalgia de mis brazos
sobre tus bellos senos descubiertos.

Mi novia nunca monta en bicicleta.
(No tengo novia en realidad; me quejo
por decir algo, por seguir rodando).

Sigo rodando y el calor aprieta;
Dejo de amarte, de añorarte, y dejo
siquiera de notar que voy cantando.

miércoles, abril 19

Fray César aconseja: no os fiéis de las apariencias


Paseaba yo el otro día por el Hipercor de Pozuelo, absorto en pías meditaciones, cuando, al pasar frente a la sección de librería, una imagen estridente hirió mis santas pupilas. Era un libro. Un libro de bolsillo publicado por Booket. La portada... bueno, seamos misericordiosos y limitémonos a tildarla de “muy llamativa”. Debajo del título y del nombre del autor había un lema: “El último hombre sobre una tierra poblada de vampiros”.

Decidme, hijos míos, ¿compraríais y leeríais un libro como ése? Por supuesto que no; sois personas cultas, sofisticadas y de gustos exquisitos que jamás consumiríais bazofia semejante. Mas debéis tener presente que, en ocasiones, las apariencias engañan, y en esta ocasión la pérfida edición de Booket engaña más que el concejal marbellí de urbanismo a Hacienda. Aunque su engaño, en este caso, consiste en decir la verdad, pues el libro trata, en efecto, del último hombre en un mundo lleno de vampiros. Lo que pasa es que es mucho más que eso. Estamos hablando, claro está, de Soy leyenda, la obra maestra de Richard Matheson.

De entrada, conviene dejar claro que Soy leyenda no es una novela de terror. Podríamos calificarla de thriller psicológico, o quizá de novela de aventuras existencialista, o, por qué no, de relato metafísico. La historia cuenta cómo, después de una plaga vampírica (sic), todos los seres humanos se vuelven nosferatus, menos uno, Robert Neville, que se atrinchera en una casa y allí permanece durante seis meses, defendiéndose de los vampiros que le acechan y acabando con el mayor número posible de ellos. Eso es todo. Pausadamente, con una eficaz frialdad narrativa, asistimos a las escaramuzas de Neville con los muertos vivientes y somos testigos de su cotidiana soledad, de sus recuerdos y de su progresivo deslizamiento hacia la enajenación. El final del relato, melancólico y contundente, da un inesperado giro a la historia que obliga a replantearnos todo lo que hemos leído.

Aparte de eso, hijos míos, y que los probos sabios del Congreso de la Lectura me perdonen, Soy leyenda es una novela apasionantemente divertida. Si la empezáis a leer, no podréis parar, os lo aseguro. Eso me sucedió a mí, cuando, en mis tiempos de seminarista, la devoré de un tirón, prolongando su lectura hasta altas horas de la madrugada, incapaz de dejar de pasar página tras página. Así que ésta es mi recomendación, queridísimos hijos: dadle una oportunidad a Soy leyenda. Aunque, si podéis, adquirid la edición de Minotauro; es mucho menos... llamativa.

Y ahora una última reflexión. La sobriedad y seriedad con que Matheson trata el tema del vampirismo, que en este caso no es más que una metáfora sobre “lo diferente”, contrasta con el tono populachero de la edición de Booket. ¿Por qué el género fantástico ha de asociarse siempre con lo más vulgar y sensacionalista? Y ya puestos a preguntar, ¿por qué la editorial Minotauro, con un pasado tan prestigioso, ha consentido que se realizase una edición de bolsillo tan lamentable?

Pensamiento del día: No es oro todo lo que reluce; pero debería agregarse que tampoco reluce todo lo que es oro.

Podéis ir en paz.

NOTA: el ridículo cuentecillo que ha colgado ahí detrás mi alter ego, ese gran pecador irredento que es César M., ocupa demasiado espacio, lo cual incomoda no poco a mi querida feligresía. Por tanto, lo dejaremos ahí dos o tres días más y a continuación, con un rezo de despedida, lo mandaremos a ese limbo electrónico que es la papelera de reciclaje. Luego, requiescat in pace...

domingo, abril 16

Lanzarote 2

Ja sóc aquí.

Hola, hola, hola, amigos míos. ¿Queréis que os cuente una cruel paradoja? Ahora que estoy de nuevo en Madrid, descubro que la anterior entrada ¡también me da envidia a mí! Cuando la escribí, Lanzarote era el futuro; ahora es el pasado. Snif, snif...

¿Qué tal todo? ¿Bien la Semana Santa? ¿Habéis disfrutado? ¿Habéis hecho penitencia? ¿Habéis comido potaje de garbanzos el viernes? Yo, qué queréis que os diga, he hecho exactamente lo que anunciaba: nada, salvo tomar la sombra, leer, comer, darme masajes y pasear por la isla. Guay.

Además, me he llevado una agradable sorpresa: Lanzarote está prácticamente igual que la última vez que lo visité, hace ya quince años. Todo un milagro, teniendo en cuenta la rapiña costera que ha asolado nuestro país. Veréis, mi padre era muy aficionado a viajar en coche (aunque no tenía ni puta idea de conducir), así que durante los años sesenta recorrí España con él, y con el resto de mi familia, de cabo a rabo, de norte a sur. Y recuerdo que la costa española era bellísima, tanto la mediterránea como la atlántica. Pero el mal acechaba; por esa misma época, los sesenta, el turismo comenzaba a convertirse en un floreciente negocio y el urbanismo depredador, capitaneado por el falangista José Antonio Girón, el León de Fuengirola, se dispuso a devorar la Costa del Sol. Luego, cayeron todo levante, las Baleares y el resto de la costa andaluza. Pero siempre nos quedaba el Norte, ¿verdad? Las vírgenes costas de Galicia, de Asturias, de Cantabria y del País Vasco... Pues no, nada de eso.

Durante los últimos veinte años, la rapiña constructora se ha cargado uno de los entornos naturales más hermosos, no de España, sino del mundo: las Rías Bajas. Id a echarle un vistazo a la costa de Pontevedra y llorad. Lo mismo ha ocurrido, o está ocurriendo, con las costas de Asturias y Cantabria; sobre todo ahora que una moderna autovía cruza el norte de un lado a otro.

A decir verdad, sólo quedan en España tres grandes tramos de costa razonablemente virgen: el Cabo de Gata, en Almería, la Costa de la Muerte, en La Coruña, y la Mariña de Lugo. Y Lanzarote, por supuesto. Mientras vivía, mi tocayo César Manrique ejerció una benigna tiranía sobre la isla, defendiéndola de la barbarie urbanística que ya se había llevado por delante a Tenerife, La Palma y Gran Canaria. Afortunadamente, tras su muerte en 1992, la política urbanística de la isla ha seguido fiel al legado de Manrique, impidiendo la construcción desaforada.

Así que Lanzarote sigue siendo la bella y fascinante isla que siempre ha sido, con sus tierras negras, rojas o amarillas, con sus costas erizadas de lava, con ese paisaje calcinado y extraterrestre en el que cada elevación del terreno es un volcán. Qué lugar tan hermoso, extraño y sosegado...

Y yo aquí, otra vez en Madrid, sentado frente al ordenador, hecho un gilipollas.

Sigh (suspiro)...

viernes, abril 7

Lanzarote


Queridos amigos/as: mañana me largo de vacaciones a Lanzarote, así que durante una semana os vais a librar de mí. No pienso hacer nada, salvo tumbarme a la sombra (odio tomar el sol), leer, bañarme, pasear y perder la mirada con indolencia en el horizonte marino. ¿A que os doy envidia? Bueno, la verdad es que pensaba dedicar este post a seguir dándoos envidia hablando de Lanzarote, de su clima privilegiado, de sus playas y paisajes, de las langostas del Atlántico, pero... Veréis, ayer encontré en el periódico algunas de las conclusiones del I Congreso Nacional de la Lectura y, la verdad, estoy un poco confundido. La primera conclusión es la siguiente: “Rechazo frontal a la lectura como puro entretenimiento”.

Rechazo frontal, qué fuerte... Es decir: si leer te entretiene, malo. (“Padre, el otro día cogí un libro y... disfruté” “Dios santo, hijo, qué terrible pecado. Si quieres obtener el perdón, lee tres veces “Saúl ante Samuel” y “Volverás a Región”)

El escritor Luis Mateo Díez opinaba: “No hay que leer porque sea diver. No hay que bajar el listón. Todos los placeres de la vida son costosos”. Es cierto; por ejemplo, irse de putas cuesta un huevo. Y los libros están a veinte eurapios como mínimo. Lo mejor del estoicismo, así como del analfabetismo, es lo barato que sale.

El crítico Manuel Rodríguez Rivero añadió: “Eso que tanto se dice de que leer es un placer, para contrarrestar el sex appeal de la pantalla del televisor, del videojuego, del chat... la lectura es algo más que un placer”. Ya, pero... si no es de entrada un placer, ¿puede llegar a ser algo más? ¿Y si es algo más ya no es un placer? ¿Lo bueno debe ser coñazo y lo divertido caca? Jo, qué putada...

Luis Landero, por su parte, comentaba: “Rechazo una sociedad infantilizada que invita a la lectura como algo meramente lúdico”. ¿La literatura un juego? ¡ANATEMA!

En fin, dilectos amigos, me siento perplejo. Yo siempre había creído que “divertido” no es lo contrario de “serio”, sino de “aburrido”. Pero estaba equivocado. Es más, teniendo en cuanta las unánimes conclusiones del Congreso de Lectura, elaboradas por un grupo de brillantes intelectuales, sin duda mucho más preparados y lúcidos que yo, he sacado mis propias conclusiones:

1. No me gusta leer. Hago algo parecido, es cierto, pero como es una actividad que me divierte, sin duda no se trata de auténtica lectura, sino de un juego infantiloide que sume mi cerebro en la oscuridad.

2. Odio la literatura. Es aburrida.

3. No soy escritor. Sí, vale, hago algo parecido a escribir; pero como me preocupa mucho que lo que hago sea divertido para el pseudolector que pseudolea mis pseudonovelas, pues eso, que lo mío no es literatura sino... joder, ni siquiera sé lo que es.

En resumen: estaba equivocado, lo reconozco. Olvidad todo lo que he dicho hasta ahora sobre literatura, novela de género, narrativa, etc., porque soy un palurdo tan ignorante que creía que si un arte no produce placer, no es arte. Ah, y pasad de Borges, porque él decía lo mismo que yo (coño, ya sé por qué no le dieron el Nobel).

Así que mil perdones. A partir de ahora, si noto que un libro me divierte, lo quemaré. ¿Sabéis si están editadas las obras completas de Benet? ¿Dónde se compran los cilicios? ¿Alguien conoce la dirección de un buen club sado-maso? Mi vida va a cambiar, os lo juro. He aprendido la lección. A partir de ahora, intentaré ser un buen intelestual. A partir de ahora, seré aburrido.

¿Os he dicho ya que me voy a Lanzarote? ¿Lo conocéis? Ya he estado un par de veces y es un lugar alucinante. Por allí anduvo sir Francis Drake, el muy pirata. En 1730, comenzó a salir lava de la tierra y así estuvo la cosa durante seis años. La isla aumentó una cuarta parte su superficie, creándose lo que hoy es el Parque Nacional de Timanfaya. Un océano de lava solidificado, ¿os lo imagináis? Es un paisaje alucinante, extraterrestre. De hecho, se han rodado allí varias películas de ciencia ficción, como por ejemplo “Enemigo mío”. Pero hay mucho más, claro: la Cueva de los Verdes, los Hervideros del Golfo, la Laguna Esmeralda, las piscinas estilo César Manrique, el marisquito, los pescados frescos, las tumbonas, el buen tiempo, no hacer nada...

¿Estáis verdes de envidia? Bien, bien; así me gusta... ;-)

Feliz Semana Santa a todos.

Ciao.

miércoles, abril 5

Viñetas del pasado

Hace poco, paseando por Crisei, el blog de Rafael Marín, descubrí que él y yo tenemos algo en común: nuestra devoción por El Hombre Enmascarado. Y eso me recordó una deuda que tenía pendiente con mi memoria. Veréis, hace unos años murieron dos grandes autores de comic: Dan Barry en 1997 y Lee Falk en 1999. En su momento, pensé en escribir un artículo acerca de ellos, pero no llegué a hacerlo. La pereza, que es muy mala. Tampoco lo voy a hacer ahora, tranquilos, pero ¿por qué no charlamos un rato sobre los tebeos de nuestra infancia?

Los primeros tebeos a los que recuerdo haberme aficionado –yo debía de tener seis o siete años- son los del Capitán Marvel. Eran unos cuadernillos apaisados (muy mal) editados por Hispano Americana de Ediciones y narraban las aventuras de Billy Batson, un joven locutor de radio que, al pronunciar la palabra Shazam, se convertía en el Capitán Marvel, un superhéroe parecido a Superman, pero con aspecto de paleto del Medio Oeste. Su creador y dibujante, C. C. Beck, le dio a la serie un tono naïf y auto irónico, casi dadaísta, que elevó la calidad del viejo Capitán Marvel muy por encima de la de sus demás colegas superheroicos. Hace tiempo, por mi cumpleaños, me regalé un buen montón de los antiguos tebeos del Capitán Marvel (los mismos que compraba de pequeño y en perfecto estado). Los encontré en Metrópolis, una tienda de comics; el precio original de cada cuadernillo era una peseta, pero a mí me costaron una pequeña fortuna; qué le vamos a hacer: la nostalgia es cara. Los he ido leyendo poco a poco y la verdad es que son muy divertidos, una obra llena de ingenuidad, surrealismo y auto parodia. Además, cada vez que los miro vuelvo a tener siete años. ¿Qué más se le puede pedir al papel impreso?

Pero los del Capitán Marvel no eran los únicos tebeos que me gustaban; también leía La Pequeña Lulú, Superman, Brick Bradford, Titanes Planetarios, Linterna Verde, Flash, Aquaman, Batman... sí, de niño me gustaban mucho los tebeos de superhéroes. (Por cierto, ¿sabéis que don Manuel Fraga Iribarne prohibió a mediados de los 60 los comics de Superman por considerar que sus poderes le asemejaban demasiado a dios? Bueno, así era y es el glorioso fundador del PP). En cuanto a los tebeos patrios, me chiflaban Pulgarcito y Tiovivo, los dos buques insignia de Bruguera. Mis autores favoritos: Ibáñez y Vázquez, dos genios del humor gráfico.

No obstante, mi comic preferido era y es Tintín, de Hergé. Y no, no voy a hablar aquí de del joven reportero belga que jamás escribió un reportaje; es un asunto demasiado serio para tomarlo a la ligera. De lo que quiero hablar es de los tebeos que publicaba la Editorial Dólar en su colección Héroes Modernos, es decir, de los personajes pertenecientes al King Features Syndicate (una de las empresas dedicadas a la distribución de tiras ilustradas en los periódicos): Flash Gordon, El Hombre Enmascarado, Mandrake, Rip Kirby, Ben Bolt, El Príncipe Valiente, Julieta Jones... Se trataba de unos cuadernos apaisados, más grandes que los del Capitán Marvel y no mucho mejor editados; se publicaban durante los 60 y yo compraba y leía casi todos, incluyendo los de Julieta Jones, que eran historietas románticas sobre dos hermanas medio bobas –aunque muy monas, eso sí-.

Pero mis favoritos eran tres. El primero, Flash Gordon; pero no el de Alex Raymond, sino el de Dan Barry. Me explicaré: Raymond fue, sin duda, uno de los mejores dibujantes de todos los tiempos, la elegancia hecha trazo, y su Flash Gordon es un prodigio estético... pero un coñazo narrativo. Los guiones, que él mismo firmaba, son tópicos calcos del swords & planets estilo Burroughs, pero más aburridos aún. Tras la muerte de Raymond, y después de pasar por diversos dibujantes –como el amanerado Mac Raboy-, Flash Gordon acabó en manos de Dan Barry, que en adelante utilizaría colaboradores tan prestigiosos como Harry Harrison para los guiones o Frank Frazetta para el dibujo. Al principio, Barry continuó con la línea argumental “arcaica” de Raymond, prolongando las aventuras casi de capa y espada en el planeta Mongo, pero poco a poco fue humanizando al personaje y, sobre todo, modernizando los guiones y adecuándolos a las corrientes de la ciencia ficción del momento. Recuerdo, por ejemplo, que Barry adaptó para su personaje uno de los relatos de las Crónicas Marcianas de Bradbury. En fin, el Flash Gordon de Barry quizá sea el primer comic moderno de ciencia ficción; al menos, fue el primero que cayó en mis manos.

Mis dos siguientes series favoritas fueron creadas por el mismo guionista: Lee Falk. Una es The Phantom, que por algún ignoto motivo en España se llamó El Hombre Enmascarado. Vamos a ver, ¿cuál fue el primer héroe que se dedicó a combatir el crimen con los calzoncillos por encima de unas mallas? ¿Superman? No; la primera entrega de Superman apareció en junio de 1938 y The Phantom vino al mundo en 1936. Él es el decano de los héroes modelo Calvin Klein. ¿De qué va la historia? En 1526, sir Christopher Standish navega rumbo al Oriente cuando su barco es asaltado y hundido por unos piratas. Salvado por la tribu de pigmeos Bandar, el noble inglés jura sobre la calavera de uno de los piratas que tanto él como sus descendientes se dedicarán en cuerpo y alma a combatir la injusticia. Para ello, nuestro justiciero se agencia un ceñido traje violeta con capucha y antifaz, y adopta el nombre de The Phantom, el Espíritu que Camina. El caso es que lucha por la justicia durante unos años, luego le sustituye su hijo, y a éste el suyo y así sucesivamente. Pero como todos visten de idéntica (y estrambótica) manera, la gente piensa que se trata de un ser inmortal. Es decir, The Phantom no es un único héroe, sino algo así como una empresa familiar dedicada a la heroicidad.

Las aventuras de The Phantom son un auténtico desparrame de imaginación y chaladura. La acción, ubicada en una selva imposible, mezcla de Asia y África, nos va desvelando poco a poco la compleja mitología del Espíritu que Camina, que incluye tronos con forma de calavera, tesoros legendarios, ciudades perdidas, marcas secretas e, incluso, una amplia panoplia de “dichos de la selva”, algo así como los “refranes del fantasma”. Su primer dibujante fue Ray Moore, pero en 1947 le sustituyó el nefasto Wilson McCoy. Tras su muerte, en 1961, le sucedió Sy Barry, hermano de Dan Barry, iniciando así la mejor etapa de The Phantom, la que yo conocí. Si queréis saber algo más acerca del personaje, os sugiero que os deis una vuelta por el blog de Rafael Marín y le echéis un vistazo a su comentario (http://crisei.blogalia.com/). Estoy de acuerdo con todo lo que dice, salvo en un aspecto: a él le caía bien el torpe de Wilson McCoy y a mí siempre me pareció detestable.

La tercera serie de comics que adoraba de pequeño es Mandrake el Mago. Fue también una creación de Lee Falk; de hecho, la primera, en 1934. Su protagonista, Mandrake (Mandrágora), es un ilusionista teatral que basa su magia en el hipnotismo. Es decir, no realiza prodigios: hace que los demás crean que los realiza. Luce un fino y recortado bigote, lleva el pelo engominado y siempre viste frac, capa y chistera. Y cuando digo siempre, es siempre; da igual que esté actuando en un teatro, o en mitad de la jungla, o atravesando el polo norte: siempre viste igual. ¿Absurdo? Hasta decir basta; y no menos absurdo es su sirviente, Lotar, un negro enorme que siempre va vestido con camiseta ceñida, pantaloncitos cortos y un ridículo fez encasquetado en su calva cocorota. Menuda pareja; te los encuentras por la calle y te dan ganas de salir corriendo para denunciarles en el frenopático más cercano.

El grafismo de Mandrake corría a cargo de Phil Davis, un dibujante muy limitado, en efecto, pero cuyo trazo, estático y vagamente irreal, resultaba curiosamente apropiado para la serie. Las tramas, por lo general extremadamente absurdas, eran meros pretextos para el lucimiento de los poderes hipnóticos del protagonista; así pues, los “momentos fuertes” consistían en los delirios oníricos que Mandrake inducía en los malos mediante pases hipnóticos. De hecho, ese onirismo dotaba a la serie de un aire tan decididamente surrealista que el mismísimo Federico Fellini se empeño en llevar el personaje a la pantalla, con Marcello Mastroianni en el papel de Mandrake, aunque, por desgracia, no llegó a conseguirlo (no obstante, existen fotos de Mastroianni vestido como el mago).

Bueno, pues ésa fue mi “Trilogía Dólar”: Flash Gordon, El Hombre Enmascarado y Mandrake el Mago. Pero durante mi infancia hubo otros muchos comics y personajes. A decir verdad, no solo aprendí a leer con los tebeos, sino que gracias a ellos llegué a la literatura... y a otra clase de tebeos. ¿Cuáles fueron vuestros comics de la infancia? ¿Compartís alguna de mis debilidades? ¿Alguna vez soñasteis con los héroes de papel? Contad, contad...