viernes, junio 16

Sueños

Hace tiempo, leí una curiosa justificación de la literatura fantástica. La teoría, más o menos, decía que la literatura realista no refleja toda nuestra vida, sino sólo dos tercios de ella, porque el tercio restante lo pasamos durmiendo, soñando. Y los sueños son un mundo distinto al cotidiano, un mundo donde la lógica habitual no es aplicable, un mundo, por tanto, cuyo reflejo literario sería el género fantástico. En fin, no estoy muy seguro de ese razonamiento, porque creo que la literatura fantástica puede extenderse en direcciones muy diversas y abarcar muchos más objetivos que el mero onirismo. No obstante, también estoy convencido de que los sueños son muy importantes, tanto en la vida como en el arte.

De entrada, dejemos claro que nadie tiene ni pajolera idea de por qué soñamos ni de qué significan los sueños. Hay mil teorías, sí, pero ninguna certeza, salvo que si suprimimos los sueños, el equilibrio mental se derrumba. En este sentido, la clásica teoría freudiana resulta sugestiva: lo sueños como mensajes en clave del subconsciente. El único libro de Freud que (casi) he leído es La interpretación de los sueños –base, como sabéis, del psicoanálisis-. Desde un punto de vista científico, me pareció una soberana tontería, precisamente porque las interpretaciones que propone son arbitrarias, infundadas y simplistas. Sin embargo, el psicoanálisis resulta fascinante si lo contemplamos a través del prisma de la literatura: el subconsciente como una selva fantasmagórica donde acechan los deseos reprimidos y los monstruos del Id, los sueños como jeroglíficos que hay que descifrar y el psicoanalista como una especie de detective de la mente. Es un juego literario, un patrón narrativo que ha generado obras tan estimulantes como muchas películas de Hitchcock –Recuerda, Psicosis o Marnie la ladrona, por ejemplo- o novelas como Asylum de Patrick MacGrath, Tigre, tigre de Alfred Bester o Historia soñada de Arthur Schnitzler.

Pero más allá –o más acá- de Freud, ¿qué peso tienen los sueños en nuestra vida? A bote pronto, uno diría que poco, pero probablemente son más importantes de lo que pensamos, aunque no sé muy bien por qué. A veces, los sueños son un obsequio inestimable, pues nos permiten hacer posible lo imposible. Hace unos años soñé con mi padre. Tenía la misma apariencia que a principios de los setenta, poco antes de fallecer. Yo sabía que había muerto, así que al verlo ante mí me quedé paralizado y mudo, incapaz de reaccionar. Entonces, él sonrió con un deje de tristeza, extendió los brazos y me rodeó con ellos. Sentí su olor; percibí con toda claridad el aroma a Old Spice, la loción de afeitar que siempre usaba, y noté el tacto de sus brazos y el calor de su cuerpo. Era absolutamente real. Me desperté llorando y durante un buen rato no pude parar de hacerlo, embargado por una mezcla de melancolía y júbilo. Sólo era un sueño, pero, de algún modo, se me había concedido el regalo de permitirme estar de nuevo con mi padre después de tres décadas de ausencia.

Los sueños también pueden ser pavorosos, y eso resulta sorprendente. ¿No os parece rarísimo que poseamos un mecanismo interno destinado a aterrorizarnos sin ningún motivo aparente? Es como si nuestro subconsciente tuviera un ramalazo sadomaso. Luego están los sueños absurdos, historias tontas que olvidamos nada más despertar. Y los sueños eróticos, tan cachondos ellos. Y los sueños hiperrealistas, copias fotográficas de nuestra vida diurna...

Pero hay una clase de sueños que me intriga particularmente; me refiero a esos sueños que, sin ninguna razón especial, se te quedan grabados en la mente. Por ejemplo, cuando yo era un adolescente soñé que iba recorriendo un camino de alta montaña, rodeado por cumbres peladas, sin nieve ni vegetación. De pronto, al doblar un recodo del camino, divisé a lo lejos, en la cima de un risco, las ruinas de una antigua ciudadela inca abandonada. Eso es todo, no pasó nada más (o, al menos, yo no lo recuerdo), pero aquella imagen poseía tal fuerza, estaba tan cargada de emociones primarias, que nunca he dejado de rememorarla. Fue un regalo, sí; pero uno de esos regalos bonitos e inútiles a los que no sabemos muy bien qué uso dar. A decir verdad, esa imagen era tan obsesiva que la incluí en mi última novela, La piedra inca; de hecho, creo que construí todo el relato únicamente para poder describir la escena en que mi protagonista cruza los Andes y se encuentra con una vieja ciudadela inca abandonada. Y escribirlo fue como quitarme un peso de encima, os lo juro. Por fin había encontrado algo que hacer con la puta ciudadela de los cojones.

Ahora bien, ¿por qué esa imagen me obsesionaba?...

Debo confesaros que tengo mi propia teoría respecto a los sueños. Veréis, nuestra mente consciente, racional, tiende a funcionar paso a paso. “A” conduce a “B”, a “B” le sigue “C” y así sucesivamente. Es lo que se llama “pensamiento lineal”. Sin embargo, esta forma de pensar es muy limitada y, sobre todo, no lo explica todo. Por ejemplo, no es posible jugar bien al ajedrez mediante el simple uso del pensamiento lineal, porque el número de movimientos alternativos es tan abrumadoramente grande que resultaría imposible analizar ni una ínfima parte de ellos. Cuando un ajedrecista juega, sigue una forma de pensar distinta, da saltos enormes, desarrolla pautas y esquemas que están más allá de la lógica cartesiana. A eso se le llama “pensamiento lateral”, que supuestamente es la base de la creatividad y el talento artístico.

Ahora bien, ¿cómo funciona ese pensamiento lateral? ¿Cuál es el mecanismo que lo pone en marcha? Creo que una parte de nuestra mente se dedica a relacionar constantemente cosas e ideas entre sí. Coge “A”, lo coloca al lado de “B” y crea una estructura que relaciona ambos elementos. Luego, pone a prueba esa estructura sometiéndola al juicio de otras zonas del cerebro. La mayor parte de las relaciones son absurdas y quedan eliminadas, pero otras, una minoría, funcionan y pasan a niveles superiores de consciencia. Esas relaciones, por supuesto, no se efectúan al azar –la tarea sería infinita-, sino siguiendo determinados patrones, que pueden ser numéricos, de semejanza física, de significado, simbólicos, emocionales, etc. Más o menos, la cosa funcionaría así: yo intento realizar una labor creativa (construir un argumento, hacer un anuncio, pintar un cuadro, lo que sea); mi mente consciente estudia todos los elementos del problema y se pone a trabajar paso a paso, lentamente, como un caracol. Pero mientras hace esto, le da caña al subconsciente, que, siguiendo los patrones que obtiene a partir de los elementos del problema, se pone relacionar cosas como loco, a dar saltos de un lado a otro. Cuando encuentra una estructura mínimamente sólida, la rebota hacia el neocórtex y, zas, nosotros tenemos la sensación de que una idea ha surgido en nuestra cabeza de la nada. La mayor parte de esas ideas son tonterías, pero alguna que otra, de vez en cuando, funciona. Eso es el acto creativo.

¿Y esto qué tiene que ver con los sueños? Como he dicho, nuestro consciente es jodidamente lento. Va paso a paso, se arrastra; de hecho, es una rémora para nuestro subconsciente, un condenado estorbo, porque estamos obligando a nuestra mente a pensar de dos formas distintas a la vez. Sin embargo, cuando dormimos desconectamos el consciente y dejamos campo libre al Gran Relacionador, que por fin puede emplear toda la energía del cerebro en crear y comprobar nuevas estructuras. Y eso serían los sueños: el campo de pruebas virtual de nuestra creatividad. En fin, no sé si esto es cierto, pero suena bien.

O puede que todo sea más sencillo y, como dijo alguien, soñamos para no aburrirnos mientras dormimos.

15 comentarios:

Anónimo dijo...

Puede que los sueños sean un campo de experimentación cerebral, pero yo me planteo hasta qué punto los podemos separar de nuestra vida diurna, la que se supone que es nuestra vida real. Yo considero que cada uno vive dentro de su realidad subjetiva y extremadamente limitada, de la cual no puede salir, y que por lo tanto todo lo que percibimos en ella y compone "lo que vivimos" es válido como vida. A nivel perceptivo un sueño que experimentemos de manera intensa puede ser tan real como la vida "consciente", y aunque sea resultado de un proceso del subconsciente, no deja de ser igual de válido que cualquier otro proceso. ¿Si durmiéramos siempre, si estuviéramos siempre soñando en cosas absurdas y vivencias imposibles hasta la muerte, no sería eso vivir?. Perdón por por desviarme un poco del tema de tu "post", pero esto es algo que me viene rondando la cabeza muchos días y tenía que compartirlo con alguien que llevara más tiempo que yo pensando sobre las cosas. Me gustaría que escriberas tu opinión sobre hasta qué punto no podemos considerar los sueños dentro de nuestras vivencias reales, y si por casualidad hubieras leído algo sobre eso (sí, soy un inculto y no busco libros), recomendarlo. Pienso que eres una persona con suficiente criterio como para tomar lo que escribes muy en consideración (lo digo porque últimamente las cabezas vacías de pensamientos abundan mucho) y analizarla a fondo. Me encantan las opiniones que escribes, no te dejes llevar por la marea febril de la comunidad de los blog.

P.D:Me acabo de dar cuenta de que me he tomado la licencia de llamarle "de tú", discúlpeme.

sfer dijo...

No creo que cuando durmamos desconectemos el consciente. Al menos no siempre, o al menos no del todo. Si no no podría explicar todos esos sueños de antes de algo importante. Antes de un examen, que me quedo en blanco y no sé responder; antes de un viaje en avión, que llego al aeropuerto y descubro que me he dejado el billete, o el pasaporte... cuando me fui a Estados Unidos pasé meses soñando variantes de lo mismo, vaya tostón!; antes de ir al dentista, que se te caen todos los dientes...

Así como el inconsciente nos ataca e intenta salir cuando estamos despiertos, el consciente nos acompaña mientras dormimos.

César dijo...

Planteas un tema interesante, anónimo, y muy complejo. Pero creo que tienes razón: conformamos la realidad en base a nuestras percepciones y, cuando soñamos, también percibimos una realidad que es indistinguible de la "realidad consciente"; por tanto, ambas experiencias son subjetivamente equivalentes. Pero hay algunas diferencias, aparte de que la realidad onírica es privada y no puede ser compartida. La principal es que no recordamos la inmensa mayor parte de los sueños. Piensa que cada noche tenemos cuatro o cinco periodos de actividad onírica, y que en cada periodo se producen varias ensoñaciones. Pero, al despertar, recordamos, si es que lo recordamos, un solo sueño (el último que hayamos tenido, por cierto); los demás, sencillamente, no quedan registrados. De algún modo, eso quiere decir que la realidad onírica posee menos "sustancia" que la realidad objetiva.

En cuanto a un libro que trate sobre el tema que planteas... pues me temo que no conozco ninguno, pero siempre puedes leer a Philip K. Dick, cuyo leit motiv literario puede resumirse en la pregunta: ¿qué es real?

Sfer: evidentemente, el esquema que he planteado es una simplificación. En el cerebro no hay partes separadas, es un todo que funciona, como diría un pedante, de forma holística. Por tanto, es evidente que hay un flujo de comunicación en ambos sentidos entre el consciente y el subconsciente.

Pero hay algo innegable: en la inmensa mayor parte de los casos, cuando duermes estás inconsciente (así queda reflejado en el encefalograma). Aunque también es cierto que se puede tener actividad onírica y estar consciente al mismo tiempo, como en esos curiosos sueños en que sabes que estás soñando.

Anónimo dijo...

Feliz cumpleaños con una semana de retraso, grandullón. Tantos besos como tu edad al cubo.

Anónimo dijo...

Yo, despierto, tengo los sueños. Y dormido, las pesadillas.
Bueno... No tengo claro el concepto "despierto": no estoy seguro de estarlo nunca del todo. ¿De veras los demás lo estáis dos tercios de cada día? ¡Caramba...!

Anónimo dijo...

Gracias por haber contestado mi comentario (soy el anónimo anterior) y por tu recomendación, leeré algo de él. En cuanto a lo que dices, es cierto, pero yo trato con mucho escepticismo la "realidad objetiva" que mencionas. De hecho no creo que haya una realidad objetiva y única tal cual, común a todos, pero eso son otros temas en los que no me voy a meter. Gracias de nuevo.

Anónimo dijo...

Pues yo y William pensamos que..

¡Morir... quedar dormidos...
Dormir... tal vez soñar! -¡Ay! allí hay algo que detiene al mejor. Cuando del mundo
no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños vendrán en ese sueño de la muerte!

Anónimo dijo...

yo recuerdo que un dia no conseguia desenlazar una historia de un relato y decidí dejarlo y acostarme pronto. Me puse a pensar, pensar y pensar y sin darme cuenta me quedé dormido. No recordé soñar para nada en ello, pero a la mañana siguiente una solución me salió. No se si es una tontería, pero lo que es verdad es que ahora si me ocurre algo similar me acuesto antes y estrujo a tope la mente. Aviso, lo he probado y no siempre funciona, pero gracias a esa idea he dormido algunas horas de más.jeje
saludos!

Anónimo dijo...

Lo que menciona Alchemist ya lo decía, creo, Bertrand Russell, quien afirmaba haber encontrado soluciones matemáticas a algun problema tras el despertar, despues de haberse estado rompiendo el coco durante semanas. Posiblemente sea lo que dice Cesar, una forma de pensar "lateral". En cualquier caso el inconsciente pesa. Hacía tres semanas que no pegaba ojo más de 4 o 5 horas. Estaba a punto de tirar la toalla e irme al loquero. Llegué a meterme incluso un par de valiums, pero nada, a las cinco como un reloj mi cabeza empezaba a despertar. ¿Problemas?. A bote pronto ninguno, excepto la excitacion propia de un viaje de trabajo a asia central. Pero nada más. Estaba desesperado, irritado, no había forma. Despues del viaje, que resultó una paliza física, he vuelto y duermo como un niño de teta. ¿Por qué?. Sigo sin saberlo, pero en mi cabeza algo rondaba inconscientemente que no me dejaba dormir.

Anónimo dijo...

Anónimo Gotrek a mí también me fascina la posibilidad de que la realidad no lo sea... Me gusta el ejemplo de los colores: El color no es más que una longitud de onda. Yo algo lo veo verde, otro verde más oscuro, otro lo ve pardo (un daltónico), y ¡todos juraremos que nuestra percepción es la "real"!

Si eso pasa con un color, o al contar una discusión (en la que todos tienen razón), ¿qué no puede estar pasando con TODAS nuestras percepciones?...
¿Qué es la realidad? ¿?¿?¿? Algo inaprensible mientras estemos constreñidos por nuestros sentidos. ¡Pero durmiendo lo estamos menos! ¿O no? ¿?¿?

Para mí los sueños son como el canal de "nieve" de la tele. Si no estamos enfocados en algo, vamos captando ondas de nuestro propio cerebro (que interpretamos como a nuestro incosciente le parece), o de vete a saber dónde...

Yo no podría entenderme a mí misma sin mis sueños. Me he acostumbrado a recordarlos y repasarlos es lo primero que hago en el día... Me fascinan los paisajes mentales que visito una y otra vez, a veces separados por lustros de tiempo: el parque de atracciones de la infancia, el cruce del río Manzanares de la adolescencia, la red de autobuses de mis barrios, las excavaciones arqueológicas...

También he solucionado problemas en sueños o me he enfrentado a miedos que no sabía que tenía...

Sin mis sueños, yo no soy yo.

César dijo...

Gotrek y Anónima de las 9:59: Estoy completamente de acuerdo con vosotros, claro. Para poder hablar de una "realidad objetiva" debería haber un punto de vista objetivo, y eso no existe. La "realidad" (sea esto lo que sea) es intrínsicamente subjetiva. Ahora bien, así como no podemos hablar de una "realidad objetiva" (yo lo hice, ya lo sé, pero era una simplificación), sí que podemos hablar de una "realidad estadística". Es decir, una realidad que compartimos con los demás en un cierto porcentaje, sea éste cual sea. A esa realidad me refiero cuando digo que la "realidad onírica" tiene menos "sustancia". O, dicho de otra forma, los sueños son reales, pero menos.

Anónimo dijo...

Podríamos citar algunos buenos relatos que aborden el tema del sueño. Si os parece, empezaré yo:

-Muchos de los relatos de Borges, entre ellos el muy recomendable "Ruinas circulares".

-"Relato con un fondo de agua" o "La noche boca arriba" de Julio Cortázar.

-"Sueños de Robot" de Asimov (no la recopilación, sino el relato que se encuentra en la antología del mismo nombre).

Por favor, ahora, alúmbreme...

sfer dijo...

Más sobre realidades, sueños, cerebros, etcétera en "¡¿Y tú qué sabes?!" (www.whatthebleep.com), peli que, oportunamente, fui a ver el sábado por la noche.

¿Alguien recomienda un libro sobre física cuántica para una persona de letras como yo?

César dijo...

Sfer: la física cuántica no la entienden ni los licenciados en física. De todas formas, te recomiendo "El universo vecino", de Marcus Chown (La Liebre de Marzo, 2005). Es muy especulativo, pero yo creo que es el más claro que he leído sobre el tema.

Anónimo dijo...

libro que me encanta por su sencillez es "brevísima historia del tiempo" de Stephen Hawking